Los ojos enrojecidos por su adicción al opio, el chófer lustra su jeep, cuya carrocería vibra con las pulsaciones de una ensordecedora música electrónica. Loan llegó en tromba del “arroyo mágico”, una acequia de agua barrosa que traza su surco en un cañón ocre y por el cual campesinos astutos exigen un derecho de paso. Sus clientes, tres muchachas rusas vestidas con ropas ligeras se preparan para probar una nueva atracción, elogiada por grandes carteles multilingües: el paseo a lomos de avestruz. A cambio de algún dinero, unos chicos las escoltarán hasta la cumbre de una majestuosa duna, ese “Sahara asiático” que ilustra los folletos turísticos. A las 17:58 horas, el sol de la bahía de Cam Ranh se oculta, dejando atrás un cielo azul cobalto rasgado por nubes rosadas. Algunos billetes extras y los turistas, montados en un trineo improvisado, se unirán al jeep, dejándose deslizar en la arena.
Ese (...)