En diciembre de 1941, días después del ataque a Pearl Harbor, las tropas japonesas se instalaron en Kelantan, al noreste de la Malasia británica. En menos de seis semanas, lograron vencer a los defensores británicos desmoralizados, apoderarse de Singapur y tomar el control de los recursos de la rica península malaya. Apostando por una brillante victoria que habría eliminado definitivamente de la guerra al ejército británico y llevado a Estados Unidos a sentarse en la mesa de negociaciones, el Estado Mayor japonés decidió atacar la Birmania británica.
Al pasar por Tailandia, los japoneses hicieron caer una vez más en la trampa a los soldados ingleses y, hacia finales de febrero de 1942, se acercaron a Rangún, la capital birmana. Tres meses más tarde, enfrentándose a un prematuro monzón, se apostaron en la frontera del Imperio británico de las Indias, por entonces en plena efervescencia anticolonial. El viejo imperio de doscientos años (...)