Contener el calentamiento global en 2 °C con relación al periodo preindustrial: esta idea se basa en los trabajos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que estudia una serie de posibles escenarios y sus consecuencias. Mencionado desde finales de los años 1990, este objetivo ha sido discutido en el seno de la Convención de las Naciones Unidas a partir de los años 2000. Parecía que este podría evitar consecuencias graves o irreversibles a escala global. Todas las partes han adoptado esa cifra, la cual también se ha difundido entre la población en general.
El último informe del IPCC, publicado en 2014, estima que las temperaturas han aumentado 0,85 °C desde 1880 –aproximación razonable de la época preindustrial–. Es decir, ya se ha alcanzado un nivel considerable del calentamiento admisible, lo que afecta a la mayoría de las regiones del globo. En el ámbito de la agricultura, por ejemplo, se percibe un menor rendimiento del maíz y del trigo o, al contrario, un incremento de la producción en algunas regiones de latitudes altas e incluso un importante aumento de la mortalidad de árboles en otras.
La tendencia actual de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero conlleva un aumento de, al menos, 4 °C de aquí a finales de siglo. Según un pronóstico ampliamente compartido, si se produjera semejante escenario, nuestro mundo cambiaría drásticamente. La seguridad alimentaria se vería comprometida, ya que la agricultura mostraría enormes dificultades de adaptación, independientemente de los nuevos progresos técnicos que puedan esperarse. El gran aumento del nivel de los océanos y el agravamiento de los riesgos naturales dificultarían en gran medida nuestras condiciones de vida.
Pero detengámonos más bien en la hipótesis de un mundo cuyo calentamiento aumentara sólo 2 °C. El último informe del IPCC permite describir sus principales características. Así pues, se reconfiguraría el equilibrio entre las regiones, ya que las consecuencias del cambio climático no serán homogéneas en el espacio. Es cierto que se pueden esperar efectos positivos, por ejemplo, para la agricultura de los países nórdicos; pero, desgraciadamente, el balance global sigue siendo negativo. Aunque la mayoría de las repercusiones podrían seguir siendo moderadas gracias a los esfuerzos de adaptación, otras serían francamente preocupantes.
Algunas regiones, como la cuenca del Mediterráneo, se verían muy afectadas debido a la disminución de los recursos hídricos. Durante la transición hacia ese nuevo clima, la rapidez del cambio superaría la capacidad de evolución de algunas especies. Los árboles o incluso algunas plantas herbáceas no podrían seguir el ritmo y comenzarían a crecer en el norte de manera natural. Los ecosistemas ya amenazados en la actualidad como la banquisa del Ártico, los arrecifes coralinos tropicales, las plantas y los glaciares de alta montaña, sufrirían daños irreversibles. El incremento de la variabilidad climática y, por lo tanto, de los extremos de todo tipo (sequías, fuertes lluvias, inundaciones), causarían muchas dificultades. Incluso limitado en 45 centímetros, el aumento del nivel del mar modificaría drásticamente las zonas costeras bajas.
El IPCC considera que es posible estabilizar el clima en ese nivel pero con ciertas condiciones. Para ello habría que disminuir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero a corto plazo y de forma drástica; a continuación, llegar a tener una sociedad neutra en carbono hacia los años 2050 antes de alcanzar un nivel de emisiones negativo globalmente a finales de siglo. Lograr alcanzar este nivel de emisiones negativo implica recurrir a procedimientos que consumen más carbono atmosférico del que expulsan: plantación de bosques, producción de electricidad a partir de biomasa con secuestro de carbono, etc. La mayoría de las soluciones se basan en técnicas todavía inexistentes o que aún no han sido puestas en marcha a gran escala, lo que significa que posponer las medidas de reducción de las emisiones hace que la humanidad dependa en gran medida de técnicas aún no desarrolladas: una apuesta muy arriesgada.
No obstante, el problema se complica más si se tiene en cuenta la incertidumbre asociada a algunos fenómenos como el deshielo total del casquete polar de Groenlandia, ejemplo emblemático de riesgo climático. Según el IPCC, “un calentamiento continuo superior a un determinado límite por encima de los niveles preindustriales provocaría la desaparición casi completa del casquete polar de Groenlandia en un milenio”. Ahora bien, no se conoce con precisión el límite en cuestión. Éste se sitúa probablemente entre 1 y 4 °C y dicho proceso, irreversible, conllevaría un aumento del nivel medio del mar de ¡hasta siete metros!
Teniendo en cuenta los considerables riesgos que implica ese escenario de “+ 2 °C”, algunos Estados, sobre todo los pequeños Estados insulares, sugieren limitar el calentamiento en 1,5 °C. Los científicos no han evaluado este último objetivo como tal, pero los elementos conocidos permiten considerar que, de esta forma, las regiones polares, las zonas costeras bajas o las altas montañas se verían afectadas en menor medida. La seguridad alimentaria sería preservada globalmente, en particular en África. Así pues, se entiende por qué los países más amenazados querrían contener el calentamiento en ese nivel, pero semejante solución exigiría un mayor esfuerzo de limitación de las emisiones, lo que conllevaría costes más elevados a corto plazo y acentuaría nuestra dependencia de técnicas aún no inventadas o no perfeccionadas. Los científicos se hallan frente a una cuestión clave: la existencia de efectos irreversibles de límites máximos entre 1,5 °C y 2 °C.
La “comunidad internacional” deberá tomar decisiones rápidamente teniendo en cuenta estas incertidumbres. Sin embargo, el límite de los 2 °C hoy es percibido como un límite que no habría que sobrepasar más que como un objetivo. Incluso sería mejor no acercarse demasiado…