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El teatro de sombras de las negociaciones internacionales

La lentitud de las negociaciones climáticas contrasta con la gran aceleración de la historia humana; mientras tanto, las instancias internacionales se muestran impotentes para inventar herramientas y formas de pensamiento a la altura de los desafíos.

por Agnès Sinaï, noviembre de 2015

La ciudad de Eko Atlantic, que se está construyendo sobre una isla artificial en la laguna de Lagos, Nigeria, podría encontrarse sumergida de aquí a finales de siglo. En efecto, la elevación del nivel de los océanos por el calentamiento global podría hacer que el agua penetrara en el interior de las tierras hasta una distancia de noventa kilómetros en las zonas costeras del país (1). Así pues, Eko Atlantic se convertiría en una de esas ruinas del futuro que los geólogos usan para reconstituir la historia de la Tierra.

Hace tres millones de años, en la época del Plioceno, había tanto CO2 en la atmósfera como en la actualidad. La temperatura era entre 2 y 4 °C grados superior y el nivel de los mares, entre diez y veinte metros más elevado. En la actualidad, la incertidumbre se encuentra en torno al ritmo al que se derretirá el hielo antártico. Algunas hipótesis –y, en particular, un escenario del Potsdam Institute for Climate Impact Research– consideran que, si se quemaran todas las energías fósiles, el nivel del mar se elevaría a un ritmo de unos tres metros cada siglo durante el próximo milenio (2). Desde el punto de vista químico, la composición de la atmósfera actual es excepcional con respecto a las variaciones naturales del efecto invernadero del último milenio. Comparado con las observaciones sobre el clima en el pasado, el aumento de la temperatura de 3 °C (escenario medio) que podría darse en el transcurso del siglo XXI representa un cambio abrupto, de una amplitud semejante a una transición glaciar-interglaciar, pero acelerada, ya que la última se produjo a un ritmo de alrededor de 1°C cada mil años (3). Así, las huellas de la época industrial –un paréntesis en la historia humana– seguirán estando presentes dentro de mil años. En 3012, la atmósfera contendrá el 30% del CO2 actual.

Hoy en día, la humanidad es la principal fuerza que rige el funcionamiento del planeta. En poco más de dos generaciones, ésta se ha convertido en una potencia geológica. Además, una serie de indicios muestran que las actividades humanas producen una huella telúrica duradera de una magnitud comparable a la que, en el pasado, caracterizó a otros grandes cambios como las glaciaciones, la activación de los volcanes o la caída de meteoritos. Los estratos geológicos –producto de la urbanización–, las presas, la producción industrial, las actividades mineras y agrícolas contienen un gran número de fósiles de esta fase inédita para la Tierra. Existen sustancias completamente nuevas que los seres humanos han estado emitiendo desde 1945 y que constituyen una característica típica del Antropoceno: radioisótopos, gases fluorados y productos derivados de las bio y nanotecnologías. La globalización de la petroquímica dio lugar a una “paleontología del plástico”, retomando la expresión del geólogo Jan Zalasiewicz. Se han detectado partículas de hollín producidas por las fábricas hasta en el Polo Norte. Las sociedades industriales están dejando una huella en los estratos del suelo, del aire y de los océanos que estará presente durante milenios.

El cambio climático se enmarca en lo que el geógrafo Will Steffen, el geoquímico Paul Crutzen y el historiador John McNeill llaman la “gran aceleración” de la historia de la humanidad (4). Este periodo de exuberancia, que se extiende desde 1945 hasta nuestros días, coincide con la edad de oro del petróleo, con los procesos de descolonización y con la democratización del consumo. Las negociaciones en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) responden a estas dinámicas a cámara lenta. No logran poner en tela de juicio el sistema productivista ni abordar temas relacionados con la energía, la justicia y el desarrollo. Esta lentitud ha caracterizado las sesiones de preparación de la próxima Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático (COP 21 por sus siglas en inglés) en Ginebra y Bonn, donde la complejidad de los textos resultaba de la búsqueda de unanimidad entre 196 países.

Las negociaciones, llevadas a cabo de forma hermética, quedan estancadas. El cambio climático pone a la diplomacia medioambiental ante una nebulosa de incertidumbre y de colisiones de épocas. Durante las anteriores COP, las políticas para el clima fueron incapaces de crear herramientas y formas de pensar que estuvieran a la altura de las circunstancias. Esta inmensa negación de la realidad se manifiesta, en primer lugar, a través de una retórica contable procedente de las ciencias económicas, acostumbradas a estimar costes y beneficios en función de proyecciones estadísticas. La modernidad industrial, movida por la creencia en el crecimiento indefinido (véase “El crecimiento, un culto en peligro de extinción”), externalizó la naturaleza, a la que percibe como un stock inerte e incluso como un maná de flujos financieros que se supone que retribuye los “servicios prestados” por los ecosistemas. El límite máximo de 2 ºC para el aumento de la temperatura, hoja de ruta de las negociaciones, se inscribe en este modo de pensar, que presupone cierta estabilidad o previsibilidad. Se trataría de controlar el clima gracias al ingenio humano y a la movilización política. En realidad, es difícil determinar un nivel aceptable de gases de efecto invernadero que pueda estabilizar el clima, ya que nadie sabe cuándo llegará el punto de inflexión catastrófico para la humanidad.

Los autores del magistral libro Gouverner le climat? (¿Gobernar el clima?) proponen la noción de “escisión de la realidad” para designar la profunda desconexión que existe entre los procesos materiales que degradan el clima y las instancias multilaterales que se han creado en los últimos veinte años (5). Parece inútil pretender resolver los problemas causados por la combustión de energías fósiles a posteriori, regulando únicamente los residuos y sin cuestionar la extracción. De forma absurda, las negociaciones tienen como objetivo las emisiones de CO2, sin atacar los modelos de desarrollo económico, las reglas del comercio internacional o el funcionamiento del sistema energético mundial.

Otro ejemplo de desconexión: el protocolo de Kioto no ha hecho más que legitimar la hegemonía de los mecanismos del mercado a escala internacional como medio de protección del medio ambiente considerando el clima un bien mensurable y homogéneo. Los “mecanismos de flexibilidad” buscan promover la reducción de las emisiones allí donde es más eficaz económicamente. Esta lógica de compensación se ha extendido hasta incluir las emisiones originadas por la deforestación a través del mecanismo REDD (Reducción de las Emisiones producto de la Deforestación y la Degradación). En Europa, el régimen de comercio de derechos de emisión (European Trading Scheme) terminó en un estrepitoso fracaso.

Finalmente, una tercera escisión: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) no tiene influencia en el sistema de libre comercio, creado por la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuyas reglas prevalecen sobre la protección del clima. Esta jerarquía de normas se encuentra en las actuales negociaciones comerciales transatlánticas. Las relativas al acuerdo de libre comercio entre Europa y Canadá, que tienen lugar desde 2013, ensombrecen las políticas climáticas: Europa está abriendo sus puertas al petróleo no convencional de Alberta (6). Según un estudio de la asociación estadounidense Natural Resources Defense Council (NRDC), las importaciones europeas de arenas bituminosas que, en 2012, se elevaban a 4.000 barriles al día, aumentarán de manera espectacular: hasta 700.000 barriles diarios de aquí a 2020 (7). El oleoducto Energy East, construido por TransCanada, surtirá a las refinerías europeas en un mercado transatlántico sin restricciones.

Tal y como afirma el historiador Dipesh Chakrabarty, la crisis climática pone de manifiesto la colisión de tres historias: la de la Tierra, la de la evolución humana en el planeta y, más recientemente, la de la civilización industrial (8). Estas tres historias evolucionan a diferentes niveles y velocidades y exigen que las sociedades modernas replanteen sus maneras de pensar. Hay que entender que la vida en el planeta ya no descansa sobre bases estables. El Antropoceno abrió una brecha en la historia de la Tierra y esta falla obliga a replantear el destino humano según el principio de incertidumbre radical en cuanto a los efectos del límite, los puntos de inflexión, los fenómenos irreversibles y la posible aceleración del sistema climático.

En este contexto, el climatólogo James Hansen recomienda a los políticos que planifiquen dejar de utilizar el carbón como combustible fósil. Más que de un principio de precaución se trata de un “principio máximo”, que permite, por decirlo de alguna manera, considerar el escenario menos malo de entre los peores. Según un estudio realizado por Christophe McGlade y Paul Elkins en el University College de Londres, para evitar el calentamiento global no se deberían explotar una tercera parte de las reservas de petróleo, la mitad de las de gas y más del 80% de las de carbón (9). Esto se debe a que las reservas fósiles del planeta que pueden extraerse con las condiciones técnicas y económicas actuales representan un stock de 2.900 gigatoneladas (Gt) de CO2, es decir, una cifra tres veces superior al techo de emisiones determinado para no superar el límite del calentamiento de 2 ºC.
En todas partes del planeta están apareciendo movimientos de lucha contra la extracción de minerales y energías fósiles. La red Environmental Justice, Liabilities and Trade ha contabilizado centenas de ellos, desde el delta del Níger, en Nigeria, hasta el parque natural de Yasuní, en Ecuador (10). El propio Papa, en la encíclica Laudato si’ (Alabado seas) hizo un llamamiento a la sobriedad (11). Varios think tanks proponen un reparto de las emisiones per capita. En la India, el Centre for Science and Environment, fundado por el científico Anil Agarwal y dirigido por Sunita Narain, distingue las “emisiones de superviviencia” de los pobres de las “emisiones de lujo” de los ricos y aboga por una repartición de los bienes comunes por habitante. FEASTA (Foundation for the Economics of Sustainability, pero también “futuro” en gaélico), con sede en Irlanda, propone que las energías fósiles pasen a ser un bien común planetario racionado: un fondo público internacional para el clima subastaría una cantidad anual limitada de permisos de producción entre las industrias de la extracción y distribuiría de manera equitativa el ingreso financiero resultante entre los habitantes e la Tierra.

“La crisis climática pone sobre la mesa importantes cuestiones en materia de justicia: justicia entre las generaciones, entre las pequeñas islas-naciones y los países contaminantes (tanto en el pasado como en el futuro), entre los países desarrollados, industrializados (históricamente responsables de la mayor parte de las emisiones) y los países en vías de industrialización”, resume Chakrabarty. A día de hoy, sólo algunos países (entre doce y catorce) y una pequeña parte de la humanidad (alrededor de una quinta parte de la población mundial) cargan con la responsabilidad histórica de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Queda la vía del derecho. Durante la cumbre de Río+20, que tuvo lugar en junio de 2012, surgió un movimiento ciudadano compuesto por más de quinientas organizaciones con el propósito de terminar con la impunidad de las empresas transnacionales. El movimiento End Ecocide on Earth trabaja para modificar el Estatuto de Roma, documento fundacional del Tribunal Penal Internacional, para que éste tenga competencia en materia de crimen de “ecocidio”. Un grupo de juristas elaboró dos propuestas de convenio llamadas “Ecocrimen” y “Ecocidio” (12), que permitirían fortalecer y armonizar la prevención y la represión de los crímenes sobre el medio ambiente a escala planetaria. El “ecocidio” se situaría entre los crímenes de mayor gravedad, al mismo nivel que los crímenes contra la humanidad. El informe recomienda la institución de un fiscal internacional del medio ambiente, la proyección de la instauración de un Tribunal Penal Internacional del medio ambiente, la creación de un grupo de investigación medioambiental (Green) e incluso el establecimiento de un fondo internacional de indemnización medioambiental y de sanidad pública. Como escribió la jurista Mireille Delmas-Marty, este conjunto inédito de medidas tiene como objetivo tanto “universalizar la reprobación”, como “abrirse a la esperanza de un destino común” [[Íbid.]].

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(1) Nnimmo Bassey, “L’Afrique et les catastrophes climatiques qui s’annoncent”, en Crime climatique. Stop! L’appel de la société civile, Seuil, col. “Anthropocène”, París, 2015.

(2) Ricarda Winkelmann, Anders Levermann, Andy Ridgwell y Ken Caldeira, “Combustion of available fossil fuel resources sufficient to eliminate the Antarctic ice sheet”, Science Advances, vol. 1, n°8, Washington, DC – Cambridge, 11 de septiembre de 2015.

(3) Valérie Masson-Delmotte y Christophe Cassou, Parlons climat en 30 questions, La Documentation française, col. “Doc en poche”, París, 2015.

(4) Will Steffen et al., “The trajectory of the anthropocene: the great acceleration”, The Anthropocene Review, Londres, 19 de enero de 2015.

(5) Stefan Aykut y Amy Dahan, Gouverner le climat? 20 ans de négociations internationales, Presses de Sciences Po, col. “Références–Développement durable”, París, 2015.

(6) Véase Emmanuel Raoul, “Bajo las arenas bituminosas de Alberta”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2010.

(7) Danielle Droitsch, Luke Tonachel y Elizabeth Shope, “What’s in your tank? Northeast and Mid-Atlantic states need to reject tar sands and support clean fuels”, NRDC Issue Brief, Nueva York, enero de 2014.

(8) Dipesh Chakrabarty, “Quelques failles dans la pensée sur le changement climatique”, en Emilie Hache (dir.), De l’univers clos au monde infini, Editions Dehors, Bellevaux, 2014.

(9) Christophe McGlade y Paul Elkins, “The geographical distribution of fossil fuels unused when limiting global warming to 2 C”, Nature, n°517, Londres, 8 de enero de 2015.

(10) Véase Aurélien Bernier, “En Ecuador, la biodiversidad se pone a prueba de la solidaridad internacional”, Le Monde diplomatique en español, junio de 2012.

(11) Véase Jean-Michel Dumay, “El Papa contra el ’estiércol del diablo’”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2015.

(12) Laurent Neyret (dir.), Des écocrimes à l’écocide. Le droit pénal au secours de l’environnement, Bruylant, col. “Droit(s) et développement durable”, Bruselas, 2015.

Agnès Sinaï

Periodista especializada en cuestiones medioambientales. Directora de la obra Economie de l’après-croissance. Politiques de l’anthropocène II, Presses de Sciences Po, París, 2015.

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