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Suplemento Foro Mundial del Agua realizado por la FAO (Naciones Unidas)

La agricultura consume el 70% del agua dulce

Al contrario que el aire que respiramos o que la energía que emite el sol, el agua, aunque no se pierde, es un recurso finito, aunque renovable mediante el ciclo del agua. Por eso, si el consumo se dispara, la gestión es inadecuada o la contaminación la degrada, el equilibrio se rompe y el agua comienza a escasear. La agricultura es, al mismo tiempo, causa y víctima de la escasez de agua.

febrero de 2018

La escasez de agua a la que nos enfrentamos está provocada principalmente por el deterioro de su calidad. Pero para entender lo que significa esa reducción hace falta saber en qué consumimos el agua. ¿Nos la estamos bebiendo? ¿Se pierde en las alcantarillas? ¿La consumen las plantas y los animales?

Todos los seres humanos bebemos, nos aseamos y cocinamos a diario. Sin embargo, el uso doméstico apenas supone el 10% del consumo total de agua. Hay otro 20% que se utiliza en la industria y en la generación de energía. Además, para poder encender la luz o cargar el teléfono móvil hace falta electricidad y para generarla se usa la fuerza del agua, a veces se usa para enfriar turbinas o para refinar petróleo.

Por último, está el grueso del consumo de este preciado líquido, ese 70% que se utiliza en la agricultura (que incluye ganadería, acuicultura y silvicultura, es decir, la explotación de los bosques) y que en algunos países menos desarrollados es un sorprendente 90%.

En definitiva, el uso de agua sin restricciones ha crecido a nivel global a un ritmo vertiginoso: dos veces más deprisa que el aumento de la población en el siglo XX. Y cuando estamos a punto de entrar en la tercera década del siglo XXI, la presión demográfica, el ritmo de desarrollo económico, la urbanización, la contaminación y la pérdida de calidad indiscriminada de agua debida a una mala gestión están ejerciendo una presión sin precedentes sobre la principal fuente de vida del planeta. Si a esto le añadimos el fuerte impacto del cambio climático y la transformación de las dietas –del consumo mayoritario de cereales y tubérculos hemos pasado al de proteínas animales, que requieren diez veces más agua para su producción y a la ganadería intensiva–, el resultado es que en muchas regiones ya no es posible el suministro de un servicio de agua fiable y de buena calidad.

EL REPARTO DESIGUAL

Todos estos problemas, generados por el hombre, agravan otro que siempre ha existido: la distribución natural desigual de los recursos de agua dulce en la superficie del planeta. Los recursos hídricos son el conjunto de fuentes renovables de agua dulce a disposición del ser humano: ríos, lagos y aguas subterráneas y su presencia es vital, sobre todo en las zonas con bajas precipitaciones.

Debemos tener en cuenta que según la dieta y el estilo de vida, se necesitan entre 2.000 y 5.000 litros de agua para producir el alimento diario de una persona y satisfacer sus necesidades de agua potable y saneamiento. Teniendo en cuenta la cantidad de agua disponible en la Tierra, el reparto teórico saldría a 16.000 litros por persona. Pero mientras todos los continentes tienen recursos hídricos suficientes, la realidad es que hay grandes diferencias entre regiones, países e incluso dentro de los países.

Los impactos del cambio climático también se reparten por el globo de forma desigual: en España, donde los recursos hídricos también están distribuidos de forma muy desigual, los embalses sólo una vez en su historia habían estado tan vacíos como durante 2017 debido a la sequía. En Italia, ese mismo año, la falta de lluvias obligó a sus responsables a plantearse racionar el agua en su capital, Roma, algo inédito en una ciudad en la que hace más de 2.000 años los romanos construyeron fuentes públicas de las que nunca había dejado de brotar agua. En algunas regiones de Etiopía no ha llovido en tres años consecutivos lo que ha dejado a más de ocho millones de personas a expensas de la ayuda humanitaria para alimentarse.

LA IMPORTANCIA DE UN MANEJO SOSTENIBLE

Este último dato es el que nos debería preocupar más. De hecho, la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) prevé que la producción de alimentos a partir de cultivos que necesitan riego crezca en más del 50% para 2050. Sin embargo, la cantidad de agua disponible para el sector agrícola podría aumentar como mucho un 10%, siempre que fuéramos capaces de utilizar el agua de forma sostenible –y no como hasta ahora–. Si traducimos ese incremento, obtenemos que en 2050 serán necesarias 1.000 millones de toneladas más de cereales y 200 millones de toneladas más de carne para cubrir la demanda.

“La creciente escasez de agua es hoy uno de los desafíos principales para el desarrollo sostenible, y ese problema aumentará a medida que la población mundial siga creciendo y se intensifique el cambio climático”, advertía el Director General de la FAO, José Graziano da Silva, durante el Foro Global para la Alimentación y la Agricultura, celebrado en Berlín en 2017.

Precisamente para hacer frente al desafío del agua, y como muestra de la enorme importancia que está cobrando la escasez en nuestros días, los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas que firmaron en 2015 la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible decidieron incluir entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) uno específico sobre el manejo del agua, el número 6, que reza: “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”.

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