Ante la realidad del “sufrimiento psíquico” –una de las patologías modernas más importantes–, hace algunas décadas se puso en marcha una maquinaria diagnóstica inédita, que tiene por objetivo rentabilizar ese enorme mercado potencial. Para conseguirlo, ante todo había que remplazar a la gran psiquiatría europea, que gracias a observaciones clínicas múltiples y concordantes reunidas durante los dos últimos siglos había catalogado los síntomas y los había clasificado en grandes categorías: las de las neurosis, las de las psicosis y las de las perversiones. Pertrechado con estos conocimientos, el clínico podía establecer un diagnóstico y distinguir los casos graves de aquellos causados por circunstancias puntuales. Separaba entonces lo que requería ayuda de medicamentos de lo que podía tener mejor solución mediante consulta psicológica.
Psiquiatría clásica y psicoanálisis habían llegado a las mismas constataciones. Ambos enfoques, muy distintos, se habían avalado y enriquecido mutuamente. El mercado del medicamento mantenía por entonces proporciones razonables, (...)