Trabajamos, y gracias a ese trabajo, recibimos dinero. Esta lógica está tan arraigada en las mentes que sugerir un cambio profundo en el orden de las cosas invariablemente suscita dudas sobre nuestra salud mental. La perspectiva de instaurar un ingreso incondicional, es decir, pagar a cada persona una suma mensual suficiente para permitirle vivir, independientemente de su actividad asalariada, aparece como una aberración. Todavía estamos persuadidos de tener que arrancarle a una naturaleza árida e ingrata los medios para nuestra subsistencia individual; ahora bien, la realidad es muy diferente.
Becas estudiantiles, permisos por maternidad, jubilaciones, prestaciones familiares, subsidio por desempleo, régimen francés de “intemitentes” del espectáculo, mínimos sociales; éstas son otras tantas prestaciones que tienen en común disociar ingreso y trabajo. Por más insuficientes, o cuestionados que puedan ser todos estos dispositivos, muestran que si el ingreso garantizado es una utopía, es una utopía que “ya está aquí”. En Alemania, el (...)