Consideradas durante mucho tiempo como una mera curiosidad, las “criptomonedas” (también llamadas criptoactivos o monedas digitales) llevan unos años copando los titulares de prensa, incluida la generalista. Y por una buena razón: la cotización de una de las más conocidas, el bitcoin, se cuadruplicó entre diciembre de 2020 y mayo de 2021, antes de desplomarse y perder más de un tercio de su valor. En noviembre de 2021, volvió a situarse en un máximo histórico... para desplomarse luego varias veces durante el invierno. La evolución de la cotización del bitcoin dibuja un paisaje de montañas rusas que fascina tanto como preocupa.
Varios grandes nombres de Silicon Valley y de las finanzas estadounidenses han contribuido a legitimar esta criptomoneda ante la opinión pública. En enero de 2021, el gigante de la gestión de activos mundiales BlackRock permitió que dos de sus fondos compraran productos derivados basados en ella. En marzo, la plataforma de pagos en línea PayPal lanzó un servicio que permite convertir criptoactivos –adquiridos a través de la plataforma– en la moneda que el usuario elija para pagar sus compras. Dos meses más tarde, el banco de inversión Goldman Sachs dedicó un equipo al comercio de bitcoins, ofreciendo a sus clientes la posibilidad de apostar sobre su cotización. Su competidor, Morgan Stanley, anunciaba hace poco el lanzamiento de tres fondos de inversión en criptomonedas destinados a su adinerada clientela.
A primera vista, el bitcoin parece estar en camino de conquistar el mundo financiero. Algunos hasta imaginan que alcance la condición de reserva de valor de primer plano, al mismo nivel que el oro. Mucho le falta, sin embargo, para tener estatus de moneda de pleno derecho y nadie se imagina todavía pagando una barra de pan en bitcoins... Lo cual es probablemente de celebrar, a la vista de los problemas que plantea su desarrollo.
El bitcoin nació a rebufo de la crisis financiera mundial de finales de la década de 2000. El 31 de octubre de 2008, Satoshi Nakamoto (un seudónimo) distribuyó un documento a una pequeña audiencia de entusiastas de la criptografía, es decir, de las técnicas cuyo fin es proteger los mensajes mediante claves de cifrado, antes de ponerlo en línea. Este “libro blanco” sentaba las bases de un sistema descentralizado de moneda electrónica, cuya particularidad era prescindir de un emisor centralizado y de cualquier tipo de tercero de confianza para validar los intercambios. En otras palabras, el documento proponía crear una moneda, el bitcoin, sin banco central y sin intermediarios financieros, garantizando un anonimato casi total de los intercambios.
Para ello, el bitcoin se basa en una “cadena de bloques” (blockchain): un gran registro global, descentralizado y público de todas las transacciones realizadas en esa criptomoneda. Los bloques son como las páginas, que registran hasta dos mil transacciones. La validez de los cientos de miles de transacciones operadas a diario está asegurada por un procedimiento criptográfico singular, que requiere la participación de ordenadores del mundo entero. Se podría resumir este complejo proceso sugiriendo que la validación de cada nuevo bloque conectado a la cadena requiere la demostración de que se ha desplegado un considerable “esfuerzo” de cálculo informático (y por tanto también un gasto energético ligado al consumo de los ordenadores necesarios para las operaciones). Cuando un participante –se utiliza el término “minero” para designar a estas personas y, más a menudo, a estas estructuras más o menos oficiales que reúnen a cientos de ordenadores haciendo “minería”– lo consigue, se le asigna una cantidad específica de bitcoins. Así pues, la moneda se crea a través del mismo proceso que la asegura.
Esto significa que no hay intermediarios financieros –como los bancos– que garanticen la integridad del sistema de pagos, ni tampoco banco central. La creación monetaria es automática: se resume a la remuneración de los “mineros”. También es limitada: a escala de la red, se crea un bloque aproximadamente cada 10 minutos y la recompensa asociada se reduce a la mitad cada 210.000 bloques; la producción de dinero disminuye por tanto con el tiempo, entendiendo que la cantidad máxima de bitcoins en circulación ha sido limitada a 21 millones por sus creadores (no es el caso de todas las criptodivisas). En noviembre de 2021, se situaba en algo menos de 19 millones.
Este modo de funcionamiento plantea de entrada dos problemas de escalabilidad: por un lado, el número de transacciones registradas en cada bloque tiene un límite, lo que restringe el número de operaciones diarias posibles (a modo de comparación, el bitcoin alcanzó a principios de enero de 2021 un récord de cuatrocientas mil transacciones diarias, mientras que las de las tarjetas bancarias Visa ascienden a varios cientos de millones). Por otro lado, la cantidad de energía necesaria para el funcionamiento de esta moneda digital crece considerablemente con el tamaño de la red y la intensificación de la competencia entre “mineros”.
“Una versión mejorada del oro”
Tras la crisis financiera de 2008, cuyas repercusiones siguen afectando al conjunto de la economía, la promesa de un sistema monetario libre del control de los bancos privados y centrales despertó interés: aquellos fueron directamente responsables del colapso financiero y estos no lograron evitarlo. Pero las raíces teóricas del bitcoin no se encuentran tanto en la crítica progresista al sector financiero como en la escuela austriaca de los economistas Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Para ellos, la intervención gubernamental y el monopolio de los bancos centrales en la gestión de la moneda conducen necesariamente a una expansión artificial del crédito, a la inflación y a la crisis. En Denationalisation of Money (1976), Friedrich Hayek abogaba por una competencia de monedas con el fin de que las mejores –las que se someten a la disciplina del mercado– expulsaran a las malas.
Un estudio del Banco Central Europeo publicado en 2012 sugiere que muchos partidarios del bitcoin comparten el análisis de la escuela austriaca de economistas (1). Al cuestionar el monopolio de la creación monetaria por parte de los bancos centrales y el papel de los bancos en la (excesiva) distribución de crédito, el bitcoin representaría una primera brecha en el sistema monetario contemporáneo, como moneda totalmente sometida al veredicto del mercado. Algunos incluso lo ven como una vuelta a un estándar similar al oro, en la medida en que esta moneda digital está disponible en cantidades limitadas y no es reproducible. Uno de los desarrolladores del bitcoin, Gavin Andresen, explicó que la criptomoneda ofrecería algo como “una versión mejorada del oro” (2): un valor refugio contra la inflación que amenaza intrínsecamente a las monedas fiduciarias controladas por las instituciones centrales.
El bitcoin también permite escapar de la regulación gracias al anonimato casi total de las transacciones. Por esa razón ha alcanzado categoría de estandarte para el movimiento libertariano estadounidense, defensor de un individualismo acérrimo y azote del Estado. Cuenta con un notable número de seguidores en Silicon Valley. Entre sus más ardientes promotores se encuentran muchos mandamases del Partido Libertariano, como Ron Paul, excandidato a la presidencia de Estados Unidos y ferviente defensor del patrón oro (3), pero también una multitud de empresarios “tecnoutópicos” que proclaman compartir este ideario.
Entre ellos se encuentra el fantasioso director de la constructora de coches eléctricos Tesla, Elon Musk, aunque recientemente ha expresado dudas respecto a la dimensión energívora del bitcoin. Otro ejemplo es John McAfee, fallecido en 2021 y que hizo su fortuna con el software antivirus que lleva su nombre antes de convertirse en uno de los gurús de las criptodivisas alternativas. Cercano al Partido Libertariano, fracasó en 2016, y luego en 2020, en el intento de ser designado candidato a las elecciones presidenciales. Fue hallado muerto en la prisión de Brians 2 (Barcelona), donde se encontraba pendiente de ser extraditado a Estados Unidos acusado de evasión fiscal. A Roger Ver, otro millonario libertariano, se lo conoce como “Bitcoin Jesus” por su activismo a favor de la criptomoneda. Es el propietario del portal bitcoin.com, que ofrece noticias y diversos servicios relacionados con el comercio del bitcoin. Ver, que ha adoptado la nacionalidad del paraíso fiscal de San Cristóbal y Nieves para escapar a la administración fiscal de Estados Unidos, también ofrece un servicio que permite obtener un pasaporte sancristobaleño... pagadero en bitcoins. En 2017, soñaba con crear un país libertariano, Free Society, basado en el uso de criptomonedas.
Más allá de estas figuras estelares, los bitcoiners forman una comunidad online muy activa, y no solo en la “minería”. Intercambian sus pareceres en varios foros, como BitcoinTalk, que admite 21 idiomas y tiene cerca de 3,4 millones de miembros que publican una media de 6000 mensajes diarios. O también en el canal de discusión sobre bitcoin del sitio comunitario Reddit, que suma 3,5 millones de suscriptores y más de 3000 comentarios al día. Los bitcoiners, tanto principiantes como expertos, hablan sobre noticias (relacionadas con la criptomoneda), teorías económicas, consejos de “minería” y demás “buenos planes”. La comunidad también puede informarse en varios medios de comunicación especializados, siendo el más reconocido Bitcoin Magazine, cofundado en 2011 por un bloguero de 17 años, Vitalik Buterin, que estuvo detrás del lanzamiento en 2015 del éter, la criptomoneda con mayor cotización después del bitcoin.
El uso del bitcoin se ha extendido ahora mucho más allá de los círculos libertarianos con los que se lo asociaba originalmente, entre más cosas por la euforia financiera de la que ha sido objeto en el último año. De septiembre de 2020 a noviembre de 2021, su cotización se sextuplicó: de rondar los 10.000 dólares hasta alcanzar los 60.000, una rentabilidad excepcional para cualquier activo financiero. Esta tendencia alcista se ha visto alimentada por la implicación de pesos pesados de Silicon Valley y Wall Street en la especulación o el comercio de criptomonedas, así como por las acaloradas (e interesadas) declaraciones de algunos analistas, que compiten en celo por evocar los hitos que debería de alcanzar, en un contexto de superabundancia de ahorro y liquidez. Desde finales de 2020, muchos particulares han invertido sus ahorros en el bitcoin en busca de ganancias rápidas y sustanciales. De enero a junio de 2021, el número de titulares pasó de 71 a 114 millones, según una estimación realizada para la plataforma de intercambio crypto.com.
La dinámica, por lo visto, se autoalimenta: el éxito abre nuevos horizontes y nuevos usos, que a su vez confieren mayor credibilidad a la criptodivisa. Ha irrumpido por ejemplo en la escena política estadounidense, donde concita el interés de responsables de todos los bandos. Desde que así lo decidió la Comisión Electoral Federal en 2014, los candidatos a las elecciones pueden recibir donaciones de campaña en bitcoins. Tanto republicanos como demócratas lo han utilizado de buen grado. En 2016, el senador Rand Paul (hijo de Ron), cercano al Tea Party, aceptó por primera vez donaciones en bitcoins durante las primarias presidenciales republicanas. En 2020, también lo hizo el candidato a las primarias demócratas Andrew Yang.
En fechas aún más recientes, el alcalde republicano de Miami, Francis Suárez, presumió haber convertido la ciudad en “la capital del bitcoin” (“Fox Business”, 27 de julio de 2021) tras introducir una ficha digital municipal, el MiamiCoin. Unos meses más tarde, el nuevo alcalde de Nueva York, el demócrata Eric Adams, echaba más leña al fuego anunciando que convertiría a su ciudad en “el centro de la industria de las criptomonedas” (Twitter, 4 de noviembre de 2021). En aquella ocasión, estaba dando a conocer un proyecto similar de NYCoin.
Rasgos de burbuja financiera
El bitcoin también está ganando terreno en muchos países en desarrollo. Según una importante empresa de análisis del sector, Vietnam, la India y Nigeria se encuentran entre los países en los que más avanzada está la adopción de criptomonedas (4). El Financial Times informa de que el comercio de bitcoins entre pares ha alcanzado niveles récord en el África subsahariana, principalmente en Nigeria, Kenia, Ghana, Sudáfrica y, en menor medida, en Chad. Para el diario de la City, las criptomonedas se están desarrollando como una alternativa a monedas locales o a sistemas financieros fallidos. “Una inflación aleatoria y tipos de cambio fluctuantes, unos servicios bancarios costosos y anémicos, las restricciones financieras y la incertidumbre regulatoria y, sobre todo, la existencia o la amenaza de trabas a la circulación de capitales son otros tantos factores disuasorios” (5).
América Latina no anda a la zaga: muchos venezolanos se han lanzado a la “minería” de bitcoins, aprovechando los bajos precios de la electricidad, para complementar sus ingresos y hacer frente a la hiperinflación que sigue lastrando al bolívar (6). Así, en la mayoría de los países en desarrollo, el éxito del bitcoin puede explicarse por las dos funciones que cumple: la de instrumento de ahorro y reserva de valor, en un contexto en el que la moneda local flaquea, y la de medio de intercambio seguro y de bajo coste, sobre todo entre miembros de las diásporas y sus familias que han permanecido en el país. Un caso particular es el de El Salvador, que fue noticia el 9 de junio de 2021 al aprobar una ley que convertía al bitcoin en una de las monedas oficiales del país, junto con el dólar.
Desde San Salvador hasta Nueva York pasando por Hanói, la apuesta por el bitcoin podría resultar arriesgada para políticos, empresas, ahorradores o miembros de las diásporas. Deja a un número creciente de personas expuestas a un “activo altamente especulativo”, en palabras de la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen (7). Esta situación es tanto más preocupante cuanto que la espectacular subida de cotización del bitcoin en el último año tiene rasgos de burbuja financiera. Según un analista de Bank of America, “supera con creces las anteriores burbujas financieras” (8). Y el caso es que no se puede descartar un desplome del precio. Pueden darse muchos factores desencadenantes. Por ejemplo, una significativa contención de la política monetaria de la Reserva Federal no solo podría disminuir el atractivo del bitcoin como refugio contra la inflación, sino que, sobre todo, pondría punto final al disparado auge especulativo de las empresas tecnológicas estadounidenses.
La secuencia que se desarrolló en mayo de 2021 ilustra el nerviosismo que afecta a la cotización de la criptomoneda y el control que ejercen sobre ella un puñado de actores influyentes. En febrero de 2021, Tesla Group anunció una inversión de 1500 millones de dólares en la criptomoneda, haciendo que su precio repuntara más de un 10%. El 24 de marzo de 2021, el jefe del grupo, Elon Musk, declaró que pronto sería posible pagar un coche Tesla en criptomoneda. El 12 de mayo dio un paso atrás, lo que provocó una caída sin precedentes de la cotización que borró de un plumazo en pocos días cientos de miles de millones de dólares de apreciación. Antes de dar la noticia, eso sí, Tesla se había desprendido con mucho tino del 10% de sus participaciones en bitcoins con el pretexto de poner a prueba la liquidez del mercado (!), embolsándose de paso una pingüe plusvalía de 101 millones de dólares (9). Para algunos comentaristas, esta secuencia ilustra el procedimiento de manipulación del mercado conocido como pump and dump, que consiste en elevar artificialmente el precio de un activo para venderlo posteriormente a un precio superior.
El bitcoin se presta especialmente al fraude y a la manipulación del mercado. La ausencia de regulación y supervisión, inherente a su funcionamiento, permite a los mayores inversores utilizar todo su peso para influir directamente en la cotización con un riesgo muy bajo de sanción. Y si algo caracteriza la criptomoneda es precisamente un reparto sumamente desigual: en noviembre de 2021, poco más de 2000 cuentas (de los 20 millones existentes, es decir, el 0,01%) poseían el 42% de la riqueza en bitcoin (10). En la jerga de los criptoactivos, a estas grandes carteras se las llama “ballenas”. Son propiedad de inversores acaudalados o de plataformas de intercambios que actúan a veces en nombre de sus clientes y otras por cuenta propia.
Para manipular las cotizaciones, las “ballenas” utilizan dos prácticas especulativas de comprobada eficacia: colocar órdenes falsas (order spoofing) y concluir transacciones ficticias (wash trading). La falsificación de órdenes consiste en inundar el mercado con órdenes de compra o de venta para alterar artificialmente las cotizaciones (al alza o a la baja) y luego retirar las ofertas antes de que se produzca la operación. El segundo proceso consiste en que el inversor responda a las órdenes que él mismo ha dado. El objetivo es inflar el volumen de operaciones y dar una falsa impresión de liquidez. Esta práctica la utilizan especialmente las plataformas de intercambio de bitcoins para aumentar su atractivo y atraer a los inversores. En agosto de 2020, un diario coreano publicó un informe en el que se indicaba que, entre agosto de 2019 y mayo de 2020, el 99% del volumen de las transacciones en una de las mayores plataformas de intercambio de criptodivisas de Corea del Sur, Coinbit, se podían considerar wash trading. Una práctica que le habría hecho ganar 84 millones de dólares, según el periódico.
La volatilidad del bitcoin y su carácter especulativo plantean la cuestión de cuál es a fin de cuentas su naturaleza. Según una opinión muy extendida en economía, una moneda tiene varias funciones: sirve como medio de pago, como unidad de cuenta –que permite fijar el precio de los bienes– y como reserva de valor. Aunque el bitcoin se concibió originalmente como un sistema de pago, su función como reserva de valor es la que en gran medida ha prevalecido. En otras palabras, los numerosos ahorradores e inversores que han comprado bitcoins para sacar beneficio de una tendencia alcista no son el tipo de personas que los van a usar para sus compras diarias. Las oportunidades de hacerlo, por cierto, siguen siendo escasas fuera de El Salvador. El principal efecto de que la moneda digital tenga mayor aceptación como medio de pago en determinadas plataformas y sitios comerciales –que aún no son tantos– es tranquilizar a los inversores sobre las posibilidades de “liquidar” su botín en caso de necesidad. Por último, su fluctuante cotización hace del bitcoin una pésima unidad de cuenta. Por ejemplo, durante el mes de mayo de 2021, el precio de una barra de pan habría subido en pocos días de 20 a 35 microbitcoins (millonésimas de bitcoin).
“Trilema de la expansión”
Una última consideración, que a menudo se tiene en poco, es que la moneda es un bien común. En la medida en que sus diversas funciones son esenciales para la comunidad, debe estar sujeta a un control y a una gestión democráticos por parte de las instituciones que representan a la comunidad. De lo contrario, sería confiscada por intereses privados. En estos diferentes aspectos, el bitcoin sigue siendo una moneda incompleta. Por ello, el uso del término “criptoactivo” parece más apropiado que el término criptomoneda, que ha entrado en el lenguaje común.
Los problemas que plantea el bitcoin no se limitan a la especulación de la que es objeto. Su creciente consumo de energía y su impacto medioambiental representan un problema de calado, si no existencial. Este aspecto guarda estrecha relación con el propio funcionamiento de esta moneda digital y del proceso de seguridad de los bloques de transacciones, basado en el uso intensivo de la potencia de cálculo y en la competencia entre los ordenadores puestos a disposición para “minar” el bitcoin. Está configurado de tal manera que las operaciones por realizar se incrementen a proporción del número de “mineros”. El mecanismo permite entre otras cosas garantizar la escasez del bitcoin y evitar que la creación de bloques –y, por tanto, de nuevos bitcoins– se acelere con el aumento de la potencia de cálculo disponible.
Es fácil imaginar que este método de producción de dinero digital tiene consecuencias concretas en términos de consumo de energía. Conforme aumenta el precio del bitcoin se establece un círculo vicioso: cuanto más alto es, mayor es el incentivo para que los “mineros” aumenten su potencia de cálculo y más energía se requiere para esperar una retribución. En otras palabras, el bitcoin organiza una carrera mundial de equipos, que da lugar a la aparición de enormes “granjas mineras”, con cientos de máquinas especializadas trabajando en fila.
Según el Índice de Consumo Energético de Bitcoin elaborado por la Universidad de Cambridge, tomando como medida los niveles de consumo de mediados de noviembre de 2021, los “mineros” de Bitcoin engullirían 120 teravatios-hora al año, una cifra cercana al consumo anual de electricidad de Suecia (11). Según los cálculos de Alex de Vries, economista del Banco Central holandés, el consumo de los cientos de miles de ordenadores dedicados a la minería provocaría la emisión de 64 millones de toneladas de CO2 en la atmósfera cada año. Y una sola transacción de bitcoin emitiría tanto CO2 como 1,8 millones de pagos con Visa...
La situación es tanto más preocupante cuanto que la configuración del bitcoin que provoca el sobrecalentamiento energético no es reformable sin modificar sus características intrínsecas. Incluso siéndolo, no hay a día de hoy solución al “trilema de la expansión”, explica Buterin: dicho de otra manera, es imposible garantizar la seguridad, la descentralización y un consumo controlado de energía durante el despliegue a gran escala de una “cadena de bloques” (12).
Así las cosas, la única manera de reducir la creciente factura energética del bitcoin es que la industria “minera” adopte fuentes de energía renovables. Según el Bitcoin Mining Council, una red de mineros independientes, esa transición ya estaría en marcha. Caben, sin embargo, serias dudas al respecto: un informe publicado por la Universidad de Cambridge en septiembre de 2020 afirma que la electricidad producida a partir de fuentes de energía no renovables representa el 61% de la electricidad consumida por los “mineros” (13) y, el carbón, el 38% de su mix energético. Esta es la paradoja del bitcoin: ser un activo digital y desmaterializado del siglo XXI basado en el consumo de combustibles fósiles del pasado. Sin contar, por último, con otro problema: la producción intensiva de residuos electrónicos. Según un estudio publicado el 13 de septiembre de 2021 en la revista Resources, Conservation and Recycling, la red también generaría 30.700 toneladas anuales de este tipo de residuos con una huella ecológica muy elevada. Otro caso en que la contaminación alcanza niveles comparables a la de un país como Holanda (14).
Ante los numerosos problemas que plantea el “trilema de la expansión” de las criptomonedas, varios países han optado por una solución bastante pragmática: su prohibición pura y dura. Las decisiones más espectaculares han venido de China. Era la continuación lógica de una ofensiva a gran escala llevada a cabo por Pekín desde hace varios años.
A finales de 2017, las plataformas de intercambio de criptomonedas –que centralizaban el 93% de las transacciones mundiales de bitcoins en 2016– fueron prohibidas en todo el territorio chino. Unos meses después, el Banco Central anunció el bloqueo de todos los sitios de intercambio de criptomonedas (incluidos los extranjeros) en la web china. En 2021, todo se aceleró: el Gobierno prohibió a las instituciones financieras ofrecer servicios de criptodivisas. En junio, se cerraron en Sichuan 26 “granjas” de bitcoins consideradas demasiado energívoras. Las transacciones de criptodivisas y las actividades de “minería” fueron finalmente declaradas ilegales en septiembre y octubre de 2021.
China ha pasado así en pocos años de la condición de paraíso a la de amenaza existencial del bitcoin. Porque otros países podrían seguir su ejemplo. Al parecer, la India también se está preparando para prohibir las transacciones y los pagos en criptomonedas, a la par que tolera su posesión como un activo semejante al oro o a activos financieros. Con un objetivo similar al de China: el lanzamiento de una moneda digital india.
En una comparecencia ante el Senado en julio de 2021, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, sacaba la conclusión de que las criptomonedas habían “fracasado por completo en el intento de convertirse en un sistema de pago”. El Banco Central Europeo (BCE) hizo la misma observación, hablando de un “criptoactivo” de carácter especulativo. Todo no está perdido aún para el bitcoin, ya que la Reserva Federal o el BCE no contemplan todavía su prohibición. Y su cotización (de momento) mantiene cotas altas. Pero algo ha quedado claro: el bitcoin está lejos de representar el futuro de la moneda. La promesa de un sistema de pagos descentralizado y libre de los poderes estatales y financieros ha sido sustituida por el riesgo de una burbuja financiera acaparada por los especuladores.