Amanece en El Alto, suburbio de La Paz, a 4.000 metros de altitud. En el frío matinal, Juan Capiona y Sandro T. ponen en marcha los motores de sus camiones semirremolque. Como cada mes, los dos conductores se preparan para partir hacia la costa chilena. Un viaje delicado a través del Altiplano, de los Andes y del desierto de Atacama, de donde volverán con cuarenta y cinco toneladas de carga cada uno. “Sería mucho más sencillo si no hubiera fronteras”, suspira Capiona, que se prepara para enfrentarse, una vez más, a las colas, a los controles interminables y a las formalidades administrativas.
En un artículo reciente en el que se dedicaba a buscar oxímoros evocadores, el periodista británico Edward Luce citaba dos: “carbón limpio” y “marina boliviana”. Como la mayoría de sus compatriotas, Capiona se habría sobresaltado al leerlo: sabe perfectamente que la frontera que separa su país de las olas (...)