Vivir en Palestina significa acostumbrarse a ser arrestado en cualquier momento. Las vallas no sólo impiden el paso a las personas abatidas, a las embarazadas que pierden a su bebé y a los enfermos que mueren por haber tenido que esperar demasiado tiempo, sino que constituyen un lugar privilegiado para observar el espectáculo de la ocupación. Según la época, las organizaciones humanitarias contabilizan hasta más de quinientas barreras de todo tipo que articulan nuestras vidas: permanentes, provisionales, volantes, móviles, temporales… El colonizador las diseña a su gusto. Algunas son “internacionales”, como entre la Franja de Gaza e Israel. Otras dividen Cisjordania en una multitud de entidades separadas que pertenecen, en teoría, a tres zonas discontinuas: la primera está ligada a las prerrogativas de la Autoridad Nacional Palestina en materia de seguridad, la segunda es administrada de forma conjunta y la tercera es controlada en su totalidad por Israel. Esta clasificación da a la Autoridad Nacional Palestina un poder ilusorio, ya que, en la práctica, soldados y policías israelíes pueden mandar un obstáculo móvil militarizado cuando y hacia donde quieran, tal y como se pudo ver en Al-Bireh, a unos cientos de metros de la Muqataa, la sede de la presidencia palestina en Ramala.
Estos check points, o puestos de control, son el resultado de una política reflexionada, donde se despliegan todos los matices de una concepción del otro. Con las modernas herramientas de adiestramiento para el sometimiento de los cuerpos (barreras, torniquetes, escáneres, etc.) se ve concretada la biopolítica descrita por Michel Foucault, ese control físico de la sociedad sobre los individuos.
No sólo se trata de regular la circulación de personas o de verificar su identidad, como en cualquier otra parte del mundo. Estas barreras simbolizan la clasificación, por parte del poder israelí, de los palestinos según su lugar de nacimiento: de nacionalidad israelí (palestinos de 1948), habitantes de Jerusalén Este, de Cisjordania y de Gaza, o extranjeros para los que vuelven del exilio.
Así pues, existe un centenar de tipos de permiso de circulación; esto permite llevar al extremo la arbitrariedad, que se manifiesta, sobre todo, durante los castigos colectivos que prohíben a los habitantes de esta o de aquella región la entrada o la salida, su desplazamiento en un sentido o en otro. El check point crea categorías sociales, representantes oficiales y oficiosos, pases, pasajes reservados a los titulares de tarjetas VIP y otros para los empresarios. Esta clasificación colonial hace del punto de tránsito un lugar donde se crea la diferenciación entre los palestinos.
La apertura de las rejas depende de la buena voluntad del soldado de servicio.
Además de las humillaciones sistemáticas y permanentes, los palestinos pueden ser sometidos a todo tipo de interrogatorios en su tierra. Puede pasar cualquier cosa: recibir golpes porque tu cara no le suena al militar de guardia, una detención preventiva, un arresto.
La espera puede durar cinco minutos o varias horas. Todo puede ser cuestionado: visita, cita, empleo, libertad… y a veces incluso la vida.
La barrera influye sobre el comportamiento, sobre el humor, sobre las relaciones entre ellos y con relación al ocupante. Refleja la relación entre dependiente y proveedor que describía el escritor Albert Memmi para explicar la colonización como arquetipo de un proceso de dominación. Tras los Acuerdos de Oslo, las nuevas fuerzas de seguridad palestinas erigieron, por su parte, barreras que recuerdan las de Israel, lo que traduce la interiorización de la lógica colonial. En la barrera de Abu Holy, en mitad de la Franja de Gaza, se pudo ver en 2005 a niños que acompañaban a los vehículos unos trescientos metros para garantizar a los soldados israelíes que estos coches no transportaban explosivos ni kamikazes.
La barrera puede convertirse en una fuente de ingresos para marginales o para pequeños vendedores. Una sociedad de comunicación palestina incluso ha colocado un cartel frente al pasaje de Qalandia, que separa Jerusalén de Ramala, para ofrecer sus servicios –una especie de normalización de las barreras, integradas en los engranajes de la economía. Actualmente, las instituciones israelíes confían algunas barreras a empresas de seguridad privadas. Sin poder para desmantelarlas, el Ministerio de Obras Públicas palestino busca fondos para mejorar el tráfico en el pasaje de Qalandia. Al financiar caminos alternativos en lugar de las vías existentes obstaculizadas por los israelíes, las organizaciones internacionales apoyadas por la Unión Europea se convierten en socias de un “desarrollo” que respeta los planes de la colonización y que banaliza el encierro de todo un pueblo.