En el mostrador de un check casher de Broadway, una arteria de Central Brooklyn ensombrecida por el metro aéreo de Nueva York, Carlos Rivera pide un aplazamiento: “No tengo los diez pesos”, dice en español a la empleada que lo atiende detrás de la ventanilla. En Brooklyn, estos locales son omnipresentes: las páginas amarillas incluyen doscientos treinta y seis. Se reconocen por sus decrépitas fachadas de colores, por sus luces de neón, por el símbolo del dólar y por la palabra “CASH” escrita en los escaparates. Además de realizar transferencias de dinero en efectivo, se encargan del cobro de cheques a nombre de habitantes que no poseen una cuenta bancaria: estos reciben la cantidad en efectivo a cambio de una comisión (de alrededor de un 2% por cada cien dólares, más diversos gastos). También ofrecen préstamos a muy corto plazo con tipos de interés muy elevados.
Estos miles de negocios conforman (...)