No es casual que los tres discursos dominantes sobre las personas mayores sean de orden demográfico, médico y económico: al no pensar en la vejez, se focalizan en el número, el cuerpo y el coste. La dificultad misma para nombrar a estas personas refleja el malestar: siendo “viejo”, por oposición a “joven”, percibido casi como un insulto, la palabra se ha vuelto prácticamente un tabú. Según las modas, se habla pues de “personas mayores”, “seniors”, “mayores” o “ancianos”.
El temor a la vejez y la obsesión economicista conducen a deformar la realidad: se exagera siempre el número de aquellos a quienes se detesta. Así, desdeñando la información, Valérie Pécresse, por entonces ministra de Educación Superior, señalaba el “flagelo del envejecimiento” (“Ripostes”, France 5, 24 de abril de 2008). Presentando el plan “Solidaridad con la tercera edad”, el 27 de junio de 2006, Philippe Bas, entonces ministro delegado para la Tercera Edad, (...)