Nadie llega a Qin Zhuang por casualidad. Desde la carretera, esta aldea de ochocientos habitantes, a trescientos treinta kilómetros de Pekín, desaparece detrás de las fábricas de maquinarias de embalaje. También está jalonada por fábricas de fertilizantes químicos que vuelven el aire del distrito de Dongguang particularmente desagradable.
Para llegar allí, es preferible bordear el Gran Canal, esa formidable obra construida bajo la dinastía de los Sui (581-618) que une Pekín con Hangzhou, al sur. La corriente es apacible, pero deposita al pie de los juncos una espuma amarillo limón, despedida por una fábrica de papel, ochenta kilómetros aguas arriba. Desde una de las orillas se ven campos de trigo, divididos en pequeñas parcelas, luego casitas de ladrillos protegidas por disciplinadas hileras de álamos. Es allí donde habitan los viejos campesinos de Qin Zhuang, una de las sesenta aldeas del distrito.
Qin Xuexi, de 65 años, había sido prevenida de nuestra llegada. (...)