En 2001, el magnate de la prensa financiera Michael Bloomberg denunciaba la “influencia nociva” que ejercían los “grupos de presión privados” sobre los políticos. Para liberarse de ellos, conminaba a los neoyorquinos a elegir a un alcalde lo suficientemente rico… como para que no fuera corruptible. La idea es muy oportuna: Michael Bloomberg es candidato, también es millonario. Promete “pagar [él] mismo por [su] propia campaña”. Y ya desde entonces establecía el salario que se adjudicaría como alcalde: un dólar al año.
Entregar la política al “dinero” so pretexto de protegerla de él… el argumento podría haber desorientado. Pero parece convencer: Bloomberg es elegido en 2001, reelegido en 2005 y reconfirmado en sus funciones en 2009, después de obtener una enmienda de la ley que le prohibía presentarse por tercera vez. Un éxito político del que no podemos olvidar, sin embargo, que fue facilitado, justamente, por… el “poder del dinero”.
Cuando la (...)