Gonzalo Torrente Ballester formaba parte del grupo de “cazadores intelectuales”, lo cual roza con el oxímoron, que pernoctaban una o dos veces al año en el Hotel Chao de Vilalba (Lugo), entre ellos Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo. Un día aparecieron estos con Torrente, un escritor en ciernes. Como solía, mi padre les indujo a subir al primer piso para que me escucharan tocar en el piano “El Lago de Como”, la pieza cursi y meliflua que tanto me encumbró. Torrente debía tener unos cuarenta años y yo, pobre de mí, siete u ocho; pero ya me las arreglaba muy bien con las corcheas y fusas para impresionar a tantos señorazos.
Aunque la memoria se me vaya malogrando con los años, me queda el recuerdo de un hombre comunicativo, sarcástico pese a su aparente timidez y miopía, que gastaba gafas ahumadas “de culo de botella”, como decíamos. Pocas veces intervenía en las (...)