Buenos Aires, 1 de marzo de 2014. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, recientemente recuperada de una operación, entraba en el Palacio del Congreso –un edificio construido a finales del siglo XIX y que, con sus reminiscencias grecorromanas, simboliza el momento más brillante de la Argentina agroexportadora–, para pronunciar el discurso de inicio de la actividad legislativa. No se esperaban grandes novedades; los anuncios importantes suelen reservarse para otros momentos. Lo central, por tanto, no estuvo en las tres horas de discurso, en las veintitrés mil trescientas veintiséis palabras que utilizó para defender su gestión, sino en el tono: en contraste con años anteriores, cuando Cristina aprovechaba la ocasión para cuestionar a sus adversarios (la oposición, los medios de comunicación, los empresarios) y subrayar enfáticamente el rumbo de su Gobierno, esta vez recurrió a un estilo más medido, que hasta incluyó menciones elogiosas a representantes de la oposición.
¿Se trata del (...)