Dos días antes del escrutinio europeo del 25 de mayo pasado, en su primer acto de campaña, en Villeurbanne, el primer ministro francés Manuel Valls hizo un llamamiento solemnemente a la “insurrección democrática contra los populismos”. “Populismo”: ¿quién no ha escuchado, en boca de encuestadores, periodistas o sociólogos, esa palabra comodín con la que se alude, aleatoriamente, a todos los opositores –de izquierdas o de derechas, votantes o abstencionistas– a las políticas implementadas por los organismos europeos?
La inconsistencia del sustantivo “populismo” responde, en parte, a lo variado de sus usos. En el ámbito político, la historia de esa etiqueta evidencia la amplitud del espectro que abarca: desde la visión idealizada de los campesinos, mistificados por el populismo ruso (narodniki) hasta la revuelta de los granjeros del People’s Party de Estados Unidos a finales del siglo XIX; de los populismos latinoamericanos (Getúlio Vargas en Brasil, Juan Perón en Argentina) al macartismo; (...)