Los golpes de Estado han sido una constante en la historia de América Latina. Sus formas han evolucionado al igual que los dispositivos y mecanismos para su realización. No se trata de una excepcionalidad, por mucho que el discurso institucional lo relegue a ser parte de una historia periclitada. Sólo una ficción presenta los golpes blandos como actos institucionales no asimilables a la categoría de golpe de Estado, dejando esta nomenclatura para aquellos que se valen de la represión generalizada, el asesinato, la tortura y son comandados por las fuerzas armadas.
Trasladar a la esfera simbólica del control de la vida y la muerte la definición de golpe de Estado, resulta cuando menos reduccionista. La existencia de centros de detención, torturadores, informantes, mecanismos jerarquizados y dispositivos para el exterminio no es un factor determinante. La cobertura de la muerte es institucional. Cuarteles, clínicas, academias de guerra, campos de concentración, cárceles clandestinas (...)