“No, pero francamente, no entiendo en absoluto lo que quieren: queman los coches de sus padres, las escuelas de sus hermanos pequeños, sus malditas cités… ¡No tiene sentido! ¿Adónde quieren llegar? ¿Creen que van a obtener algo ocasionando el caos? ¿¡No irás a excusarlos!? ¡En algún momento, esto tiene que acabar!”.
Se trata de la acalorada conversación usual en un camión de bomberos, una noche de disturbios de noviembre de 2007, tras la muerte de dos adolescentes al chocar un coche de la policía contra su moto en Villiers-le-Bel (Val d’Oise). Las cités estallaron: durante varias noches se multiplicaron las pedradas, las emboscadas, las enfrentamientos, los incendios. Era la segunda vez que nos enfrentábamos a ese tipo de sucesos en tales proporciones. En 2005, había sido necesario resistir durante algún tiempo; aquí, el estallido ha sido violento, pero más breve. En ambas ocasiones imperaron la incomprensión y la cólera –más que (...)