La escena de la biblioteca de Yuriatin, una ciudad que Boris Pasternak imaginó en Doctor Zhivago, –novela publicada en 1958–, traduce la impresión profunda que debió de sentir cuarenta años antes: el protagonista entra en una sala de lectura en la que, al lado de los representantes de la antigua intelligentsia, se encuentra gente del pueblo, endomingada, llegada “con aire tímido, como si fuera una iglesia”. El autor testimonia así la formidable sed de cultura que se apoderó, en 1917, de las clases populares, que habían sido mantenidas al margen del saber, así como las huellas que esa revolución iba a dejar por mucho tiempo en la sociedad soviética.
Cuando llegaron al poder, la politización de las clases populares y su sed de instrucción encontraron un eco en su proyecto emancipador. Entre febrero y octubre de 1917, antes de invadir las escuelas y las bibliotecas, la población había ido a la (...)