Al principio, los bolcheviques se cuidaban mucho de formular principios de política exterior. Para ellos, Rusia estaría en peligro mientras una revolución en los países occidentales industrializados no eliminara la amenaza de una intervención imperialista. Sobre todo porque, en el fondo, el advenimiento del socialismo en Rusia, un país económicamente atrasado, dependía de la ayuda técnica y económica de estos.
Por estas razones, León Trotsky juzgaba con desdén el cargo de comisario del pueblo para Asuntos Exteriores que se le confió tras la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917. El apóstol de la “revolución permanente” no veía mucho interés en establecer relaciones diplomáticas con regímenes capitalistas cuyo final creía inminente. Incluso había anunciado a los empleados de su gabinete su intención de publicar los tratados secretos firmados por el antiguo régimen con los Gobiernos imperialistas antes de “bajar la persiana” y despedirlos. Apenas diez años después, el ascenso (...)