El istmo centroamericano, “patio trasero” de Estados Unidos, estaba en llamas. Los sandinistas tomaban el poder en Nicaragua. Guatemala vivía en el terror y la rebelión. En El Salvador, desde 1932 bajo el poder directo o indirecto de los militares, un grito alentaba a los combatientes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN): “¡Si Nicaragua venció, El Salvador vencerá!”
“En El Salvador, hay una suerte de guerra civil”, declaraba el perspicaz Ronald Reagan. Lógica fría de una masacre planificada: en este territorio del tamaño de Cerdeña, además de las bajas del ejército y del FMLN en los combates, pronto se contaron treinta mil víctimas del ejército y los escuadrones de la muerte. Unos quinientos mil salvadoreños, entre hombres, mujeres, ancianos y niños, huyeron a los países vecinos.
El arzobispo acudió en ayuda de los que se refugiaban en la capital, San Salvador. En los canales de radio y televisión nacional, y (...)