Para los dirigentes franceses, la polémica creada alrededor de la ley sobre los servicios de información, a examen desde mediados de abril en el Parlamento, no es más que un mal trago que hay que pasar. Un mal necesario y un paréntesis en la política que prevalece desde las revelaciones de Edward Snowden, quien alertó acerca de las prácticas de la National Security Agency norteamericana (NSA) en junio de 2013. Porque, hasta ahora, aplicaban celosamente la divisa de Luis XI: “El que no sabe disimular, no sabe reinar”.
Sin levantar la voz –pero también sin escrúpulos–, la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) lleva desarrollando desde los años setenta uno de los sistemas de escucha e intercepción masiva más extendidos por el mundo. Un dispositivo muy eficiente porque se apoya en la presencia francesa en ultramar y los vínculos privilegiados entre los servicios de informaciones y las grandes operadoras (...)