Para los laboristas, fue una derrota sin igual. Un tornado que pocos se esperaban. Hasta ese momento, las encuestas se habían mostrado tan monótonas como el cielo invernal de Gran Bretaña. Ubicaban a los tories del primer ministro David Cameron, electo en 2010, codo con codo con el Partido Laborista de Edward Miliband. Incluso el mismo día de las elecciones, las encuestas habían anunciado una leve tendencia a favor del segundo. Editorialistas y “expertos” habían dado su veredicto al unísono: Miliband pondría su cepillo de dientes en el cuarto de baño del número 10 de Downing Street. No a la cabeza de una mayoría parlamentaria pero sí gracias al apoyo del Partido Nacional Escocés (SNP), favorable a la independencia.
Todo el mundo conocía los errores históricos de los sondeos, como cuando predijeron la victoria de los laboristas en 1992. No obstante, nadie había anticipado el resultado que trazaron las encuestas a (...)