Hay, al menos, dos cosas en las que pueden ponerse de acuerdo los embajadores y diplomáticos que trabajan en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La primera es que la institución precisa de profundas reformas para enfrentarse a los desafíos planetarios, del cambio climático a la regulación de la inteligencia artificial (IA). La segunda es que, en un contexto de fuertes tensiones políticas, los miembros de la ONU puede que juzguen arduo, por no decir imposible, llegar a acuerdos sobre cualquier reforma. Cierto es que, en Nueva York, todos se preparan para la Cumbre del Futuro, que deberá reunir en septiembre a los dirigentes del planeta con el propósito de reparar las insuficiencias del sistema multilateral. Pero estas negociaciones corren el riesgo de acentuar esas mismas divisiones a las que se supone que deben poner remedio.
La Cumbre del Futuro es fruto de las reflexiones del secretario general de la (...)