Hace ciento cincuenta años, un caluroso verano reducía el Támesis a una suerte de cloaca repugnante. El entusiasmo general por los wáteres con cisterna que acababan de inventarse, había convertido a Londres en una gran cloaca a cielo abierto. Las emanaciones eran tan insoportables que los tribunales ribereños se veían obligados a acortar sus sesiones. Londres, al igual que otras ciudades europeas de la época, sufría regularmente epidemias de cólera, y todavía se creía que los “miasmas” contenidos en el aire eran responsables de la propagación de la enfermedad.
La convicción de que la Peste era “infecciosa” tuvo un efecto notable en la eficacia de los miembros del Parlamento: como las ventanas y terrazas del Palacio de Westminster daban a la ribera norte del río, aprobaron rápidamente un presupuesto especial de tres millones de libras –algo nunca visto– para la remodelación de las cloacas.
Se autorizó al Metropolitan Board of Works a (...)