Algunos meses antes de las elecciones generales de mayo de 2010, el diputado laborista Stephen Pound pensaba que el electorado británico estaba menos preocupado por un eventual retorno de los conservadores al gobierno que por otra perspectiva: el temor, “casi físico”, de ver “a un lumpen-proletariado adornado con baratijas relumbrantes golpeando sus puertas y devorando a sus niñeras”. Incluso en periodos de relativa tranquilidad, se muestra una cierta altanería en la superficie de las relaciones sociales en el Reino Unido, una de las sociedades más desiguales del mundo. Ha bastado con algunas noches de motines y de pillaje durante el mes de agosto, para que ese desprecio latente se manifestara claramente.
Las calles británicas han reencontrado la calma, pero la agitación se adueñó de los editoriales, de las cuentas de Twitter y de los discursos de los dirigentes políticos. Un adjetivo, “salvaje” (feral) vuelve incesantemente a propósito de los amotinados, de (...)