Transcurrida más de una década desde los levantamientos populares de 2011, las sociedades árabes viven un estado de apatía y fatiga, efecto de una incesante ola de presiones contrarrevolucionarias. Por un lado, los ciudadanos de a pie se sienten exhaustos: no corre ya por el cuerpo social ninguna ideología digna de tal nombre y los que aún quisieran movilizarse se enfrentan a una represión implacable. Las élites políticas, por otro lado, están tan desgastadas que ya ni se esfuerzan en convencer a las masas de que les espera un futuro mejor o más próspero. A lo que se dedican es a administrar sus privilegios manteniendo el statu quo.
Estas dos dinámicas se unen para hacer que la mayoría de la población dé la espalda a la política. Para parte de ella, emigrar es ya la única tabla de salvación. Pero los que se quedan no van a cruzarse de brazos en (...)