El pequeño camión japonés, cargado hasta el doble de la altura de sus compuertas laterales, se detiene a pocos cientos de metros de los primeros refugios improvisados. Con el final de primavera, la llanura de Gull Butta, en la periferia de Kabul, es barrida por un viento suave y polvoriento que obliga a protegerse el rostro. Apenas se ha detenido el vehículo, todos sus ocupantes bajan. Descubrimos entonces que el suelo del furgón está ocupado por ganado. Unos diez terneros y vacas son expulsados hacia afuera sin reparos, e inmediatamente las mujeres los atan a sólidas estacas de metal que clavaron apenas bajaron.
Entre los viajeros, hay cuatro familias jogis. Vienen de Surobi, un distrito donde hasta hace poco la seguridad estaba a cargo del ejército francés dentro de la coalición internacional. Viajaron durante cuatro horas, amontonadas arriba del camión, para llegar a uno de los campamentos que bordean la capital (...)