En 2005, Feeling Struggle, de Hajj Ashraf Ssemwogerere, que narra el destino de una niña robada a sus padres para un sacrificio ritual, se convierte en la primera película ugandesa. En ese país, las salas de cine se reducen a un local cualquiera, sillas, una pantalla de televisión y una videocasetera; pero, pese a la absoluta falta de medios e infraestructuras, el “Kinna-Uganda” (cine ugandés) se va desarrollando. No obstante, su reconocimiento sigue limitado a las clases sociales más acomodadas: mientras que cerca de la mitad de la población sobrevive por debajo del umbral de la pobreza, los temas “neorrealistas” apreciados por los cineastas locales no tienen ningún éxito entre un público que básicamente busca evadirse de sus penurias cotidianas.
Unas décadas antes, precisamente en las “salas de cine” de los villorrios y chabolas que formaban el barrio de Wakaliga, al sur del centro de la ciudad de Kampala, Robert Kizito, (...)