La historia del hundimiento del bloque soviético en 1989-1991 siempre es presentada como una colección de estampas de Épinal. “En 1989 –explica el politólogo británico Timothy Garton Ash–, los europeos ofrecieron un nuevo modelo de revolución no violenta, de revolución de terciopelo”; una imagen invertida, en resumidas cuentas, de la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917. Nada encarnaba mejor ese modelo que Checoslovaquia y el célebre disidente que se convirtió en su presidente en 1989, Václav Havel, un dramaturgo durante mucho tiempo encarcelado por el régimen. Esta interpretación atribuye a la ideología liberal y a sus representantes un peso preponderante en la victoria del Oeste al término de la Guerra Fría. Pero el propio Havel no lo creía así. En 1989, admitía, “la disidencia no estaba lista. (…) Tuvimos una influencia mínima en el desarrollo de los acontecimientos”. E indicaba el factor decisivo, que se encontraba un (...)