“Por fin estamos convirtiéndonos en un país normal”, exclama Najat M., estudiante de Arquitectura en Riad. Esta reflexión se escucha por todas partes. En el reino saudí, con tanta frecuencia criticado, entre otras cosas, por la dureza de la condición femenina, se multiplican los anuncios de cambios: se ha designado a una mujer para ocupar un puesto de responsabilidad; una sala de cine ha vuelto a abrir sus puertas, tras treinta y cinco años de prohibición, y el público es mixto. En la actualidad, el Ejército y la Policía reclutan a mujeres y las autoridades se plantean poner fin a la separación por sexos en lugares públicos.
Cada semana cae un tabú, siendo el más sonado, probablemente, la prohibición de conducir para las mujeres: a partir de este mes de junio, se les podrá expedir un permiso de conducción sin el consentimiento de su “tutor” masculino. Este anuncio se realizó el pasado mes de septiembre, en el marco del amplio programa de reformas económicas y sociales impuestas por el príncipe heredero Mohamed Bin Salmán (llamado “MBS”), de 32 años, hijo del rey Salmán (82 años). Incluso se está cuestionando el uso de la abaya, esa larga túnica negra con la que las saudíes se cubren de los pies a la cabeza en el espacio público. En febrero, un clérigo anunció en la radio que podría bastar con vestirse “modestamente”. Unas semanas más tarde, durante su viaje oficial a Estados Unidos, “MBS” concedía en una entrevista que una musulmana sin abaya seguía siendo una musulmana “como las demás”. En un momento en el que el reino busca, cueste lo que cueste, desmarcarse de su rival iraní cultivando buenas relaciones con Occidente, el estatus de las mujeres es un elemento esencial de la estrategia de comunicación del príncipe heredero. Para ello, se ha pedido ayuda a las agencias occidentales más importantes (Publicis, Image 7, Edile Consulting). Su misión es intentar mejorar la imagen, muy degradada, del reino en el mundo y, de paso, la de Bin Salmán (1).
¿Se alegran las saudíes de todos estos cambios? Es difícil saberlo. No existe la libertad de expresión y la sociedad (30 millones de personas, de los cuales una tercera parte son extranjeros) está muy atomizada. La juventud parece satisfecha; ahora bien, el 70% de la población tiene menos de 35 años. Sin embargo, muchas mujeres afirman estar cansadas de que se juzgue a Arabia Saudí solamente a través de su estatus. “Me pone enferma que se nos mire con esa superioridad. Nos quieren dictar nuestra conducta, pero somos un país de tribus y de tradiciones. Tenemos derecho a evolucionar a nuestro ritmo”, exclama la profesora universitaria Hoda Al-Helaissi, una de las treinta mujeres que forman parte del Majlis al Shura, la asamblea consultiva que cuenta con la función de presentar propuestas de ley al Gobierno (sus 150 miembros, no electos, son designados por el rey y se admitió por primera vez a las mujeres en 2013).
“En dos años hemos obtenido lo que reclamábamos desde hacía treinta años. Los cambios son enormes. Hay que venir aquí para creérselo”, considera Fawziah Albakr. Esta profesora de Sociología de la Educación en la Universidad Rey Saúd forma parte de las 47 pioneras que, el 6 de noviembre de 1990, se sentaron al volante en la capital para centrar la atención sobre la prohibición de conducir, un anacronismo único en el mundo. Sin embargo, para las mujeres, el giro real se produjo, sin lugar a dudas, cuando se restó poder, hace dos años, al Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, cuya policía religiosa, denominada Mutawa, las perseguía por todos los lugares públicos. “Nos ha cambiado la vida, antes nos mirábamos las unas a las otras para saber si estábamos ‘en la línea’. Nos sentíamos acosadas en la calle. Se nos ha alegrado la vida”, añade Fawziah Albakr.
Para las más instruidas, el próximo objetivo es la abolición de la tutela masculina. Esta disposición de la sharia, en vigor en el país y que hace de las saudíes unas eternas menores, fue flexibilizada en febrero de 2018. Las mujeres pueden al fin prescindir del aval de su mahrâm (marido, padre, hermano, incluso el hijo o cualquier otro hombre de la familia) para realizar sus trámites administrativos, trabajar o crear una empresa. Pero todavía necesitan su permiso para obtener un pasaporte, viajar y, sobre todo, casarse, como en la mayoría de los países musulmanes.
Aunque para Hatoon Al-Fassi, feminista de larga data y profesora asociada de Historia de las Mujeres en la Universidad Rey Saúd en Riad, el clima actual es “positivo” para las mujeres, cada día que pasa es una batalla por librar. “Incluso los hombres se encuentran bajo presión. Ignoran cuál es su margen de maniobra”, afirma. Lo constata cada semana cuando entrega su crónica al periódico progubernamental Al-Riyad. A veces tiene que esperar tres semanas para que le publiquen su artículo, ya que es una cuestión sensible y la dirección –exclusivamente masculina– teme desagradar al poder. La reacción de los religiosos también infunde temor: aunque han pasado a estar bajo el control del poder político desde la llegada de “MBS”, siguen siendo un socio clave de la monarquía y podrían resurgir si fuera necesario (2). “Vamos tanteando, pero cada avance es una victoria”, añade Hatoon Al-Fassi, antes de dejar escapar algunas frases mordaces con respecto a “esos hombres cobardes que no quieren tomar la iniciativa ni decir lo que piensan”.
¿Están preparados los saudíes, en su mayoría, para aceptar estos cambios o siguen anclados en su pasado en nombre de costumbres ancestrales? Nadie tiene una respuesta unívoca. Las redes sociales, muy utilizadas –el 93% de la población tiene acceso a Internet–, sobre todo Twitter, pero también Instagram, Snapchat, Facebook, etc., hacen las veces de institutos de opinión pública, a falta de algo mejor. No obstante, estos espacios de libertad están vigilados y la población se muestra desconfiada. “Mucha gente aquí considera que los cambios actuales son antiislámicos. Pero hoy en día pueden expresarse otras voces. Hasta ahora no se escuchaban o eran satanizadas”, explica Hatoon Al-Fassi. Aunque afirma “confiar en el futuro”, hay algo que le preocupa: estos cambios se deben “a una única persona”, lo que le parece “no muy sano”. Se trata de una alusión sibilina al príncipe heredero, quien decide de forma soberana –y a menudo repentinamente– las reformas por implementar, sin esperar la menor apertura en el ámbito político. Al contrario que sus vecinos iraníes, que eligen a un presidente y un Parlamento, los y las saudíes no votan para designar a sus diputados; la monarquía concentra todos los poderes, o casi todos. Incluso se ha endurecido el régimen y el miedo es palpable. Para asentar su poder, “MBS” no duda en encerrar a sus opositores, ya sean conservadores o progresistas. Entre junio de 2017 y mayo de 2018 tuvieron lugar varias oleadas de arrestos, a veces por un simple mensaje de carácter político en Twitter, y muchos aún siguen conmocionados por el caso del Ritz-Carlton, por el nombre de ese hotel de Riad donde se secuestró a numerosas personalidades (véase el recuadro). La detención, en mayo de 2018, de varios militantes también ha provocado asombro.
En el popular zoco de Swakah, en el sur de Riad, las mujeres se preocupan por la evolución de la situación. Todas van herméticamente cubiertas por abayas, hiyabs y niqabs negros. Ninguna se expresa con su nombre real. Aquí, el cambio es percibido como una amenaza. “Estoy en contra de que las mujeres conduzcan y de todo lo que está sucediendo últimamente”, afirma una mujer de unos sesenta años cuyos ojos, el único elemento visible a través del niqab, se llenan de lágrimas. Hace 22 años que vende ropa. “El trabajo de las mujeres no es contrario al islam. Pero todo lo demás va en contra de la castidad que debemos respetar”. Mientras habla lanza miradas furtivas a su alrededor y añade en voz alta: “Pero, ¡larga vida al príncipe heredero!”.
Cerca de allí, Nurah L., de 25 años y de la cual solo se distinguen los ojos maquillados y unas uñas pintadas de blanco, también se posiciona “en contra del derecho a conducir” otorgado a las mujeres. Su marido se encarga de sus desplazamientos, mañana y tarde. “Nos conviene nuestra vida así. No somos occidentales”, argumenta. Se alegra de poder trabajar: “Mi marido me dio permiso sin problemas. Llevo dinero a casa y he dejado de aburrirme”.
A poca distancia de allí, en el zoco Hijab, las reacciones de las mujeres difieren poco. Sin embargo, hay algunas sorpresas. ¿Conducir? Ibtissam S. y Norr K., de unos cincuenta años comienzan a reír bajo sus niqabs: “¡Hace treinta años que conducimos! Entre los beduinos, las mujeres consideran que tienen derecho a hacerlo. Y además, ¿cómo podríamos hacer si no, lejos de todo? Ambas viven en pueblos o campamentos a unos cincuenta kilómetros al norte de la capital.
“Trabajo porque necesito dinero. El trabajo es un don de Dios. Además, el Profeta nos alentó a ello”, declara una viuda, madre de ocho hijos. Su amiga añade: “Mientras no vaya en contra del islam y no frecuentemos a los hombres, hacemos lo que queremos”. En este momento son cuatro las que hacen confidencias –con prudencia– alrededor de un puesto de ropa interior. “Si hasta ahora se prohibía a las mujeres conducir, era para protegerlas. El hombre debe asumir sus responsabilidades”, repite una. Las demás asienten enérgicamente.
Jasmeen D. y Mariam N., estudiantes de Economía, son vendedoras a tiempo parcial en el zoco Hijab. Se pasan el día con el teléfono móvil en la mano. La segunda es la prometida de un estudiante de Medicina a quien conoció en una boda. Él la vio de lejos cuando se había quitado el niqab y, a continuación, le pidió su mano a sus padres. “Los cambios actuales avanzan por el buen camino. Y gracias al permiso de conducir, pronto seremos autónomas”, dice su amiga haciendo la V de victoria. Sin embargo, las dos jóvenes están a favor del principio del tutor: “Nos sentimos protegidas”. ¿El futuro? “Sobre todo quiero sentirme importante en la sociedad”, declara Mariam N.
Las saudíes son ambiciosas y no lo ocultan. “Aprovechan cada oportunidad. Son más dinámicas que los hombres, como si tuvieran una revancha pendiente”, observa un joven empresario. El porcentaje de niñas escolarizadas asciende a un 97%. En la universidad, representan el 60% de los estudiantes. En realidad, la liberación –muy relativa– de las mujeres comenzó durante el reinado del rey Abdalá (2005-2015). Fue este quien las autorizó a trabajar en los comercios, principalmente. A menudo se trataba de puestos modestos como los de cajera o vendedora, pero que abrieron la vía en todos los ámbitos, a excepción de la magistratura, pues el wahabismo considera, como otras corrientes del islam, que la sharia prohíbe a las mujeres ejercer la función de juez. Al mismo tiempo, Abdalá distribuyó becas para estudiar en el extranjero a cientos de miles de jóvenes, un 30% de los cuales eran mujeres. “Todo esto contribuyó a la apertura de las mentalidades. Los jóvenes están conectados con el mundo exterior a través de las redes sociales –subraya la profesora universitaria Hoda Al-Helaissi–. Con la crisis económica ya no se puede vivir con un único sueldo y las mujeres pretenden hacer carrera. Con mucha frecuencia, su marido, su hermano o su padre las apoyan”.
En efecto, todo depende de las familias, del entorno, del lugar… Cada fin de semana, las mujeres de la familia Mansour se reúnen para cenar con la abuela, bajo una gigantesca tienda beduina montada en el jardín de la villa familiar. El ruido de los coches que saturan Riad se convierte aquí en un eco muy lejano. La capital (con 6 millones de habitantes) es una inmensa ciudad llana, construida en pleno desierto. Nada de bloques de viviendas, sino villas de color arena hasta el infinito, avenidas bordeadas por polvorientas palmeras de poca altura, rascacielos futuristas e innumerables centros comerciales al estilo estadounidense por los que deambulan las mujeres.
En casa de los Mansour, una antigua familia burguesa y acaudalada, son más bien conservadores. “No me fío de los cambios actuales. ‘Ellos’ quieren que nos convirtamos en Dubái. Aprecio nuestros valores y no voy a prescindir de mi niqab –declara una mujer de unos cincuenta años–. Soy musulmana, es mi identidad”. ¿La cuestión de la conducción? Están a favor, “a condición de que no nos obliguen a ello”. Para ellas, lo importante es “poder elegir”, y en todos los sentidos. Una, que vivió durante seis años en Estados Unidos, prefiere conservar a su chófer: “Es caro, pero menos cansado”. Como ella, miles de saudíes cuentan con un chófer pakistaní, indio o bangladesí. Se trata de una mano de obra musulmana que se puede moldear y explotar a voluntad. ¿La tutela? “A partir de cierta edad, 21 años por ejemplo, deberíamos poder prescindir de ella”, consideran. Las jóvenes escuchan a sus madres y a sus tías pero a veces también expresan su opinión. Estudiantes, la mayoría afirma querer “vivir en el extranjero durante dos o tres años, pero regresar después”. Todas tienen la intención de trabajar y casarse, “pero no antes de los 30 años, y sin tener más de dos o tres hijos”. ¿La abaya? “Es práctica y elegante, algo así como un abrigo”, afirman.
Nurah lamenta no haber podido estudiar Veterinaria, unos estudios aún inaccesibles para las mujeres. En su defecto, realiza estudios científicos y, sobre todo, monta a caballo. Algún día, está convencida de ello, representará a su país en los Juegos Olímpicos. “Mi hermano me dice: ‘Vale para las competiciones, pero ni hablar de que salgas en televisión o de que te expreses en los periódicos’. Y yo le respondo: ‘Es mi vida. Ocúpate de tus asuntos’”. ¿Las desigualdades entre hombres y mujeres en Arabia Saudí? “Provienen de las tradiciones, no de la religión”, considera mientras establece una clara distinción entre ambos términos.
Reema, la prima de Nurah, se lanzó a la confección y venta de abayas por Internet. Sus creaciones, modernas y coloridas, parecen vestidos de princesa o de novia. Con mucha rapidez, gracias a las redes sociales, la demanda comenzó a afluir. Varias amigas suyas también han optado por el comercio en línea, un sector en plena expansión, sobre todo entre las mujeres. Una ofrece platos preparados; la otra, joyas. Otra más es maquilladora profesional. La mayoría se las apañan. Durante el fin de semana se reúnen en algunos lugares que han pasado a ser mixtos recientemente, como el café Bateel, y desvelan sus rostros. Ahí tienen la oportunidad –rarísima– de encontrarse con chicos.
A 750 kilómetros de allí, más al oeste, Taif casi haría que Riad pasara por una ciudad liberal. La Meca se encuentra a tan solo 65 kilómetros de allí. Pero, al contrario que Yeda, que se ha abierto al contacto con los peregrinos de todo el mundo, Taif, con un millón de habitantes, sigue siendo una ciudad muy conservadora. Allí, la segregación por sexos es rigurosa. Ningún restaurante ni ningún café infringe la ley. Y el negro es un color omnipresente…
“Aquí no puedes hacer nada. Siempre hay algún hombre para controlarte. Nunca te dejan tranquila –suspira Salwa M., de 26 años, estudiante de Ciencias Islámicas, despierta y divertida–. Yo tengo la suerte de que mi padre confía en mí, pero no es el caso de mis amigas. Cada vez que suplican a sus tutores: ‘Déjame salir’, les responden con un ‘no’ y a menudo les pegan”. Muchas tienen novio, cuenta. Sus padres creen que están en clase, mientras que, en realidad, hacen que sus chóferes las dejen en algún domicilio privado. Aunque condenadas, las relaciones sexuales antes del matrimonio son corrientes. Aunque el aborto está estrictamente prohibido salvo en caso de que peligre la vida de la madre, cualquier mujer puede obtener la píldora en las farmacias, incluso sin prescripción médica.
Según Salwa M., si las chicas se casan en Taif –matrimonios siempre concertados–, es a su pesar, “para obtener la libertad”. Una vez casada y convertida en madre, la mujer posee autoridad en su hogar. Sus ámbitos de actuación son la educación de los hijos y los gastos. En cuanto a la poligamia (entre un 8% y un 10%), comienza a ser algo poco habitual en esta generación joven, incluso aunque con regularidad se alzan voces a su favor con el objetivo de “remediar” la soltería de las mujeres.
Cuando no está en clase, Salwa M. se pasa la vida delante de la televisión. Adora las telenovelas turcas e indias. Con respecto a los hombres saudíes, se muestra desilusionada. “No saben lo que es el amor. Solo quieren sexo…”.
Concertado o no, “cerca de uno de cada dos matrimonios acaba en divorcio hoy en día”, afirma Mohammed Al-Amri. Este investigador en Ciencias Sociales ha dado la voz de alarma en la prensa recientemente, mencionando un problema “con importantes consecuencias para la sociedad”. Khadija S., de 28 años y amiga de Salwa M., está divorciada. Su marido la maltrataba. Actualmente vive con su hermano, que ha pasado a ser su tutor. Trabaja en una peluquería. “Lo que le preocupa a mi hermano son los vecinos. Aquí, el qué dirán es lo único que cuenta”. Las dos amigas echan de menos la época de la Policía religiosa: “Al menos no nos acosaban por la calle. Ahora, sí. Los hombres nos persiguen para conseguir nuestro número de teléfono”. Sueñan con partir a algún país “donde las mujeres tengan derechos”. En Taif, consideran, aún hará falta “al menos una generación”.
Con su paseo marítimo, su ciudad vieja –Al Balad, declarada patrimonio mundial de la UNESCO–, sus esculturas al aire libre y sus restaurantes de todas las nacionalidades, Yeda, con 4 millones de habitantes (de los cuales 840.000 son extranjeros), es una ciudad mercantil situada a orillas del mar Rojo y de paso obligado para ir a La Meca; por lo tanto, está sometida a innumerables influencias. Probablemente sea la ciudad más atractiva –y la menos conservadora– de Arabia Saudí. Además, según la leyenda, ¿no es allí donde está enterrada Eva, madre de la humanidad?
También en esta ciudad, las avenidas son desmesuradas, y el número de centros comerciales, increíble. Sin embargo, las mujeres respiran mejor que en ninguna otra parte del reino. Las abayas a menudo son de color beige, azul, gris claro, están adornadas con perlas, llevan cremalleras… La coquetería está presente y, con mucha frecuencia, se recurre a la cirugía estética. Se percibe la efervescencia de la sociedad. Hace mucho tiempo que aquí, más aún que en otras partes, los saudíes encontraron en el arte –cine, pintura, literatura– un medio para expresarse o para evadirse.
Tres meses antes de la reapertura oficial de un cine en Riad, Mariam, una película de Faiza Ambah que alaba a una adolescente francesa deseosa de llevar velo en la escuela a pesar de la ley que lo prohíbe, fue proyectada en público en Yeda, en el Arbab Al-Heraf. En este espacio cultural único, abierto en 2017 por un joven saudí que regresó de Australia, unos sesenta jóvenes de ambos sexos vieron la película. La directora reconoce que se quedó “estupefacta” al escuchar las reflexiones de los jóvenes durante el debate posterior. “Se atrevieron a hablar de su propia experiencia delante de desconocidos. ‘Mi novio me dejó porque no llevaba hiyab’, explicó una adolescente. Otra contó la experiencia contraria: su novio se negaba a que lo llevara. Otra más dijo también: ‘Soy cristiana’ [la práctica de otros cultos diferentes al islam está prohibida en Arabia Saudí]. En aquel momento, un chico de unos veinte años se levantó y dijo: ‘Al fin y al cabo, su película habla de la aceptación del otro, y es lo que nos falta aquí’”, recuerda.
Abir Abusulayman, primera guía turística del reino, hace descubrir Al Balad como nadie, a pesar de que los turistas no son demasiado numerosos. Lamenta los “estereotipos” creados según ella por la prensa occidental sobre las saudíes. “Cuando me dicen: ‘Por fin será libre porque podrá conducir’, me choca. Sí, mi país evoluciona por etapas. Hace diez años, nadie habría podido imaginar que íbamos a llegar hasta aquí”.
Ciertamente, en 2005, la publicación de la novela Chicas de Riad (3), de Rajaa Alsanea, provocó un escándalo. Con forma de blog, cuatro amigas narran su vida y sus amores en ella. Nada muy chocante, solo el día a día de unas mujeres reducidas por las tradiciones. Este libro, publicado inicialmente en El Líbano, circuló bajo cuerda por el reino con rapidez. En 2015, Deux femmes de Djeddah (“Dos mujeres de Yeda”), de la novelista y médica Hanaa Hijazi (4), también sacudió a la sociedad, pero no fue censurada. En esta novela, dos amigas, asfixiadas por las prohibiciones, acaban suicidándose. En general, el libro recibió una buena acogida y se ha leído bastante, “también entre los hombres”, subraya la autora. Pero muchas lectoras han criticado el trágico desenlace. “Les habría gustado otro final para las dos heroínas, y es algo que me ha reconfortado, pues suponían perspectivas para las mujeres”.
En la posibilidad de conducir, Lina Al-Maeena ve sobre todo algo simbólico: “Estar al volante de nuestras vidas y, por qué no, algún día, del país”, imagina. Nada se le resiste a esta mujer de unos cuarenta años que cree en la emancipación a través del deporte. Hace doce años creó el primer equipo nacional femenino de baloncesto, a pesar de que hacer deporte estaba prohibido para las mujeres. Hoy en día ocupa un puesto en la asamblea consultiva. Desde hace un año, el deporte es obligatorio para las niñas en las escuelas públicas. ¿Apertura social o urgencia sanitaria? Según la Organización Mundial de la Salud, casi el 70% de las saudíes tiene sobrepeso y el 40% sufre obesidad.
¿Es irreversible el proceso de modernización del país? La llegada masiva de las mujeres al mercado laboral representa un imperativo económico. En este ámbito, no habrá marcha atrás. Pese a todo, en las declaraciones del príncipe heredero nunca se menciona el tema de la democratización. En efecto, las elecciones municipales constituyen el único escrutinio del reino (5). “En el extranjero se presenta a ‘MBS’ como un joven príncipe reformador que lucha contra la corrupción. Ahora bien, la represión nunca ha sido tan feroz –confía una periodista de unos cuarenta años–. Sí, tengo más libertad como mujer, pero nuestro espacio de expresión común se ha reducido. Ya no tengo miedo cuando camino por la calle, pero me da miedo conversar con usted a cara descubierta. Me temo que la arbitrariedad reina aquí como nunca antes”.
Ahí se encuentran los límites de la apuesta por el futuro. ¿Representa, ante todo, la menor subordinación de las mujeres un pretexto para tomar el poder de forma despótica? ¿O la reforma indispensable que debe consentir un régimen preocupado por mostrarse aceptable en la escena internacional con el objetivo de conservar su posición junto a Washington y Tel Aviv en caso de guerra contra Irán?