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Para los socialistas franceses en desbandada, su fracaso es por los demás…

por Serge Halimi, junio de 2018

Hace doce años, François Hollande, entonces primer secretario del Partido Socialista (PS), extraía las lecciones de la eliminación de Lionel Jospin en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002. Y rogaba a todos los elementos situados a la izquierda del PS que “no dejar[an] la socialdemocracia sola consigo misma”. En caso contrario, temía que los “dos ríos” de la izquierda, el suyo y el más radical, “no vuelvan a unirse, tampoco con motivo de las confluencias electorales” (1). No iba tan desencaminado... Durante cinco años, Hollande, elegido como presidente de la República en 2012 gracias al poder del rechazo provocado por su predecesor, gobernó solo, y dispuso de todos las palancas políticas. Al final de este trayecto, había “decepcionado” tanto que, en abril de 2017, Benoît Hamon, el candidato oficial de su partido, solamente consiguió –con el apoyo de los ecologistas– el 6,3% de los votos. En efecto, la mayoría de los electores de Hollande en 2012 prefirieron a Emmanuel Macron o a Jean-Luc Mélenchon (2). Desde hace cincuenta años, la distancia entre los “dos ríos” nunca había sido tan grande.

Desde el momento en el que algunos de los principales actores del quinquenio anterior cogieron la pluma para exponer su crónica sin dilaciones –el ex primer ministro Bernard Cazeneuve (3)– o para extraer “las lecciones” –el expresidente Hollande (4)–, podríamos haber esperado encontrar en sus obras algunas autocríticas de fondo. Las buscamos en vano.

En sus memorias, Cazeneuve no revela casi nada de sus “150 días en tensión en Matignon [la residencia oficial del primer ministro en Francia]”, a excepción de su observación de los “espectaculares resultados del régimen alimenticio” de Martin Schulz, entonces presidente del Parlamento Europeo. O el detalle de sus sensaciones olfativas cuando, en un bosque, respira “el perfume de la tierra mojada, que es como una promesa para los jóvenes brotes de la próxima primavera”. Ni rastro en su testimonio de alguna esperanza (diferente a la botánica), de alguna gran ambición, ni, a decir verdad, de proyecto alguno. Cazeneuve gobierna, es todo. Preside reuniones, inaugura locales, pronuncia discursos. Y, cuando nada va bien, algo que sucedía a menudo, atribuye su impopularidad a la división de sus “amigos”, a sus “pequeños odios reforzados”, al “izquierdismo” de los contestatarios del PS.

En aquella época, los socialistas identificaban a su enemigo fuera de sus filas. A su izquierda, para ser precisos. Así, Cazeneuve nos revela que, once días antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017, “François Hollande se muestra preocupado por el ascenso de Jean-Luc Mélenchon en las encuestas”. “No me resulta difícil comprender que haga falta combatirlo”, opina entonces su primer ministro, de quien podríamos haber esperado que se alegrara más bien del descenso de la extrema derecha. Sin embargo, en el tándem ejecutivo, la aversión por lo que denomina “la izquierda radical” prevalece sobre todo lo demás. Para el expresidente, esta “no forja ningún sistema alternativo, no tiene ni propuestas creíbles ni aliados. Es el adversario soñado por el capitalismo”.

Pero, ¿sigue teniendo sentido oponerse al capitalismo cuando uno es socialdemócrata? Leer las obras de Hollande y Cazeneuve –o la de Pierre Moscovici, quien precedió a Macron en el Ministerio de Economía durante el quinquenio pasado (5)– disipa cualquier atisbo de duda, al menos a este respecto. Ninguno de los tres autores ve nunca en su resultado electoral –o social– la sanción por su adhesión al neoliberalismo. Como mucho admiten desaciertos metodológicos, errores rítmicos o un defecto “pedagógico”. Las objeciones de fondo relativas a su “política de oferta” o a su sumisión a las preferencias de Angela Merkel son tratadas con desdén (“discurso”, “encantamientos”, “invectivas”) en lugar de ser discutidas. Moscovici revela incluso implícitamente el confinamiento intelectual –¿el estancamiento?– de sus amigos políticos: “Algunos nos lo reprocharán, pero ese debate [sobre la prioridad otorgada a la reducción del déficit] ni siquiera tuvo lugar, y decidimos de entrada optar por Europa”. El asunto le consterna, pero no por las razones que cabría imaginar: “Nadie nos lo atribuye, y es una injusticia”. Ciertamente, es una terrible injusticia que no se les “atribuya” una decisión estratégica efectuada sin ningún tipo de debate. Y que va en dirección contraria a las promesas electorales expresadas ante todo el país.

En efecto, Hollande lo había anunciado en su discurso en Le Bourget (22 de enero de 2012): “En el ámbito europeo, si los franceses me otorgan este mandato, mi primer desplazamiento será para reunirme con la canciller de Alemania con el objetivo de decirle que, juntos, debemos cambiar el rumbo de Europa hacia el crecimiento y a través de la puesta en marcha de grandes proyectos”. Balance: nada. En un libro muy crítico, su exasesor, Aquilino Morelle, desvela a este respecto que “desde febrero de 2012, justo después de su discurso en Le Bourget, Hollande enviaba, totalmente en secreto, a Emmanuel Macron a Berlín para que se reuniera con Nikolaus Meyer-Landrut, el asesor de Angela Merkel para asuntos europeos y, a través de su intermediario, tranquilizar a la canciller sobre la realidad de sus intenciones” (6). Nunca más tuvo motivos para preocuparse.

Ahora bien, Hollande tampoco lamenta nada en este ámbito: “Hasta ese momento, nos refugiábamos detrás de la idea de ‘otra Europa’ que cumpliría los criterios del socialismo. Pero, ¿con quién construirla? (…) Mi experiencia me ha confirmado esta certeza: ya no se trata de soñar con una nueva Europa. Se trata de saber que hay que irse o quedarse. Ya no existe el término medio”.

Moscovici, actual comisario europeo de Asuntos Económicos, refrenda esta teorización de la impotencia: “A riesgo de decepcionar, no quiero crear ilusiones en nadie (…). La Europa social –otro tema recurrente– seguirá siendo una bella intención mientras no se acabe con la norma de la unanimidad”. Pero, para ello, habría que renegociar los tratados, una opción que descarta rotundamente…

Y no es el único bloqueo, o el único pretexto, que autoriza a no hacer nada. “La dominación de los mercados con la que tuvimos que lidiar”, utilizando las palabras del expresidente, también ha sido retomada con insistencia en el centro del aparato del Estado. La petrificante descripción que proporciona Moscovici sobre la administración que dirigió permite comprenderlo. Al detallar el carácter todopoderoso de Bercy (el Ministerio de Economía y Finanzas), sus “160.000 funcionarios (…), más de cinco veces los efectivos de la Comisión Europea, o el equivalente a una ciudad como Nîmes”, el exministro releva enseguida (en un estilo seguramente perfectible): “Esta administración es la más convencida de que Francia es quien más puede ganar de la integración europea”.

Semejante convicción viene acompañada de algunas más, al menos igual de problemáticas para un eventual Gobierno realmente de izquierdas: “La administración de Finanzas puede parecer arrogante, dura, rígida, incluso hostil a los proyectos políticos progresistas. Su inclinación espontánea la empuja más bien al conservadurismo. Así es en el caso del reparto presupuestario, que tiende prioritariamente a olvidarse de todas las políticas públicas con fines sociales, medioambientales o educativos, y de muchos de los bonos del Tesoro, que, en nombre de la exigencia de las reformas estructurales, siempre se orientan hacia el liberalismo económico y la desregulación”.

Un Estado confiado a semejantes manos no es proclive, se entiende, a imponer las decisiones del sufragio universal a grandes industriales extranjeros. Además, ¿sigue contando con los medios para ello? El relato a través del cual Hollande se exime de no haber cumplido su promesa electoral de volver a abrir los altos hornos loreneses cerrados por ArcelorMittal permite ponerlo en duda: “Considero que es necesario establecer con él [Lakshmi Mittal] una relación de firmeza. Le pido que busque un comprador y, en caso de no encontrarlo, dejo caer que el Estado está dispuesto a nacionalizar las actividades de [la planta siderúrgica de] Florange, obligando así a Mittal a desprenderse de ella. Con su untuosa voz, Lakshmi Mittal responde que, en ese caso, deberíamos adquirir también el conjunto de plantas francesas del grupo, en las cuales están empleados unos 20.000 asalariados. Puesto que él se irá del país”. La untuosidad le gana a la “firmeza”: la planta de Florange no fue nacionalizada.

El episodio del impuesto del 75% para los altos salarios es aún más revelador. A comienzos de 2012, cuando su campaña patinaba y temía que Mélenchon le alcanzara, Hollande decidió inclinar su línea hacia la izquierda. Para dar consistencia a la denuncia de su “verdadero adversario, (…) las finanzas”, puso en marcha la propuesta, sugerida por uno de sus asesores (7), de un impuesto excepcional para las rentas superiores a 1 millón de euros anuales. Moscovici descifra la maniobra: “François Hollande, como buen estratega, quiso evitar que se produjera en 2012 lo que ocurriría en 2017. Es decir, el rápido ascenso de una izquierda nacionalista con tintes populistas”.

Una vez ganadas las elecciones, comenzó a poner en marcha una idea que, no obstante, presentía que “sería un poco radiactiva”. Y esta vez no fue Mittal, sino Bernard Arnault quien adoptaría una actitud amenazadora. El hombre más rico de Francia amonestó al nuevo ministro de Economía. “El patrono de LVMH –cuenta Moscovici– básicamente me dice: ‘Si implementa un impuesto del 75% sobre todas las rentas de más de 1 millón de euros, pues bien, deslocalizaré a todos mis altos cargos. Porque (…), si quiero atraer a creadores a Francia, no puedo remunerarles correctamente con su 75%. (…) Todo el mundo se irá. Por lo tanto, es absolutamente necesario que no se aplique esta medida’”. Moscovici comenta: “¿Renunciar a ello por instrucciones de Bernard Arnault? ¡Inimaginable! Era una de las medidas –había pocas como esa– que habían provocado un electroshock en la campaña y seguramente había sido necesaria para… ganar las elecciones”. ¿Inimaginable? No del todo, puesto que el exministro añade rápidamente: “Nos urgía enterrar este artificio electoralista. (…) Se puede decir que no nos molestó que el Consejo Constitucional la reprobara”. La Comisión Europea, Alemania, el Ministerio de Finanzas, el Consejo Constitucional: parece que a los intereses del capital nunca les faltan abogados poderosos. Tanto más seguros de salir victoriosos cuanto que frente a ellos se encuentran unos socialistas llenos de untuosidad para con ellos…

Hollande ha titulado sus memorias Les Leçons du pouvoir (“Las lecciones del poder”). Se pueden extraer algunas más aparte de las suyas (8). En su historia, en escasas ocasiones los socialistas han cedido tanto ante las exigencias de los industriales y de las finanzas como durante el quinquenio pasado. Implementaron reducciones fiscales ruinosas en beneficio de los empresarios (“pacto de responsabilidad”) con una “ley laboral” que ha desmantelado los derechos de los asalariados. Ninguna de estas dos medidas esenciales figuraba en el programa del candidato electo. A pesar de estas genuflexiones, las clases superiores a las que el PS esperaba atraer de esta manera lo despidieron en beneficio de Macron, que, por su parte, no disimula ni su juego ni la clientela a la que sirve. Se entiende que semejante ingratitud a veces abrume a los dirigentes socialistas. “Después de haber tomado decisiones excepcionalmente favorables, no recuerdo ni un solo comunicado, ni una sola expresión positiva, sin reservas, por parte de MEDEF o de CGPME (9) –se lamenta Moscovici–. Esta hostilidad de los círculos económicos se manifestará de forma constante y sin reservas durante todo el quinquenio. Estos círculos nunca le dieron ni una oportunidad al nuevo Gobierno”.

Aunque desde luego no sea la intención de los autores de estas obras, su lectura confirmará a aquellos que esperan una verdadera política de izquierdas, la necesidad de identificar previamente a sus auténticos adversarios. No para convencerles, sino para vencerles.

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(1) Véase “La izquierda gubernamental cuenta su historia”, Le Monde diplomatique en español, abril de 2007.

(2) Según Jérôme Fourquet, Hamon solo consiguió el voto del 16% de los electores de Hollande en la primera vuelta de 2012; Macron, un 48%; Mélenchon, un 26% (“Sur la gauche radicale: le vote Mélenchon”, Commentaire, París, otoño de 2017).

(3) Bernard Cazeneuve, Chaque jour compte. Cent cinquante jours sous tension à Matignon, Stock, París, 2017.

(4) François Hollande, Les Leçons du pouvoir, Stock, París, 2018.

(5) Pierre Moscovici, Dans ce clair-obscur surgissent les monstres. Choses vues au cœur du pouvoir, Plon, París, 2018.

(6) Aquilino Morelle, L’Abdication, Grasset, París, 2017.

(7) Aquilino Morelle, quien además confirma en su obra que se inspiró en un artículo de Le Monde diplomatique sobre la limitación de las fortunas.

(8) Cf. Quand la gauche essayait. Les leçons du pouvoir (1924, 1936, 1944, 1981), Agone, Marsella, 2018 (1ª ed.: 2000).

(9) Dos organizaciones patronales, el Movimiento de Empresas de Francia y la Confederación General de Pequeñas y Medianas Empresas.

Serge Halimi

Consejero editorial del director de la publicación. Director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.