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En Francia, audacia o sumisión

Desarticular la resignación: el relato de una victoria electoral

Hace un año, las elecciones legislativas francesas procuraban a Emmanuel Macron una mayoría parlamentaria muy amplia. Sin embargo, un candidato de izquierdas, François Ruffin, conseguía, contra todas las expectativas, ganarle al candidato del partido del presidente y al del Frente Nacional en el departamento de Somme. La crónica de su victoria local ofrece enseñanzas más generales sobre los militantes de base y sobre las coaliciones sociales.

por François Ruffin, junio de 2018

“El choque”: ese era el titular que mostraba Le Figaro en su portada del 7 de diciembre de 2015, al día siguiente de la primera vuelta de las elecciones regionales. “El Frente Nacional ha quedado en primera posición (…) en seis regiones, con más del 30% de los votos en toda Francia”. Justo al lado, en el kiosco, L’Humanité tenía el mismo titular en portada: “El choque”.

“Pero, ¿qué choque? –me pregunté enseguida–. ¿Para quién ha sido un choque?”.

Iba en aumento desde hacía semanas: “En Oisemont, ayer, cientos de personas acudieron a recibir a Marine Le Pen…”. En Oisemont, 1.175 habitantes. La líder del Frente Nacional (FN) conseguía que el entorno rural se movilizara, en Condé-Folie, en Soissons, en la “fiesta de la alubia”. Emergían pegacarteles a su paso, hasta en Daours, Bussy, Querrieu. Un pueblo rural surgía de la tierra, se involucraba en los asuntos públicos. Desgraciadamente, era a favor de Le Pen.

También recuerdo una escena en el tren París-Amiens: “Ayer estuve pegando carteles hasta las doce de la noche. Me estaba congelando de frío, pasé horas convenciendo a la gente. No habían recibido octavillas, se habían olvidado de mi sector”. Mi vecina de asiento, bastante irritada, se dirigía a otro pasajero casi a gritos. ¿Por quién militaba? Lo presentía: le invadían una energía y una fe que ya no caracterizaban a los nuestros… “Cruzaremos los dedos para el domingo”, concluyó. Confirmado: esperaba un cambio, creía en ello, así que era del FN. En el departamento de Somme, Le Pen consiguió el 41% de los votos en la primera vuelta de las elecciones regionales, y el 44% en el municipio obrero de Flixecourt.

Hay que partir de ahí, creo. De nuestro desconcierto en aquel tren. “La izquierda” estaba entonces representada, en el Palacio del Elíseo, por un presidente socialista que había firmado sin rechistar el pacto de austeridad, destinaba 20.000 millones de euros de crédito fiscal anual a las empresas, flexibilizaba el mercado laboral con el Acuerdo Nacional Interprofesional (ANI), optaba por una “reforma bancaria” tan irrisoria que los propios financieros no veían en ella la menor molestia. Y siguió en esta línea con Manuel Valls en Matignon [residencia del primer ministro] y con Emmanuel Macron en el Ministerio de Economía y Finanzas.

“Pero eso no es la izquierda –dirán algunos–. No es nuestra izquierda”. Entonces, ¿qué proponía “nuestra izquierda”? ¿Divisiones infinitas, aparatos con disputas entre el PC, PG, EELV, con LO y NPA al lado (1)? ¿Y que constituyen listas por separado, con la garantía de obtener resultados ridículos?

De la misma manera, nuestra implantación local nos condenaba. En municipios un poco burgueses como Amiens, probablemente podríamos volver a ganar terreno, quizás también en Lille. Pero en los pueblos de los alrededores, en las pequeñas localidades, las “zonas periurbanas” convertidas en el refugio de las clases populares, las lecciones antifascistas proporcionadas desde la ciudad no surtirían efecto. O tendrían un efecto contraproducente.

La complicidad de los universitarios

De Goodyear a Flodor, de Magneti-Marelli a Honeywell, de Parisot a Abélia, había asistido como reportero a un cierre detrás de otro, a un seísmo social vivido, si no en la indiferencia, al menos en la impotencia. Un cataclismo mudo. Detrás de estos nombres de empresas, trabajadores despedidos, pero sobre todo, de manera menos visible, sus hijos, que intentaban ganarse la vida encadenando contratos en prácticas y sustituciones.

Esta globalización, este libre comercio se instalaron gracias a la complicidad de los titulados universitarios, de los ejecutivos, de los docentes. Estas clases medias aceptaron la globalización, no se revelaron en su contra: también votaron “sí” en su mayoría, en 2005, para el Tratado Constitucional Europeo. Por el contrario, el índice de desempleo de las personas no cualificadas, cinco veces superior al de los ejecutivos, los inclina bastante poco a esperar la “globalización feliz”, o incluso el “altermundialismo feliz”. Ahora, a su caída económica y social habría que añadir otra condena: política y moral. Si votan al FN, se reconocen en un partido aislado, y su exclusión se verá legitimada por ello. Una doble pena.

Conozco la teoría: el “divorcio de los dos corazones sociológicos de la izquierda” apreciado por Emmanuel Todd, las “periferias apáticas” de Christophe Guilluy, el “populismo de izquierda” de Chantal Mouffe, las “pasiones populares” de Antonio Gramsci, etc. Pero, en la práctica, ¿sabremos ser “populares”, precisamente?
En primer lugar, animar al “primer círculo”.

Yo era poco conocido en el distrito, menos que un alcalde o que un consejero departamental. Ciertamente, publicaba desde hacía unos quince años un periódico, Fakir, pero el eslogan que aparecía en portada, “Enfadado con todo el mundo”, no representaba prácticamente ninguna ventaja: ¿cuántas sensibilidades heridas, incluyendo entre los medios de comunicación locales, hasta sufrir procedimientos judiciales en serie? Contaba con simpatizantes, partidarios que apreciaban mi trabajo en la radio, en France Inter o en Fakir… A este “primer círculo” era al que tenía que unir, entusiasmar, galvanizar, enardecer; era el que tenía que ampliar. Fue un trabajo subterráneo. Veladas proyectando ¡Gracias jefe! (2) en un rincón de un salón, en una sala de fiestas, ante diez personas, a veces menos, pero qué importaba. Algunos me decían que mi “palabrería” les era indiferente, que les “dan igual las elecciones”, que “mejor cultivar zanahorias ecológicas en el jardín”. Sin embargo, se unirán al “primer círculo” después de una proyección.

No obstante, este “primer círculo” seguía compuesto en gran medida por titulados de la enseñanza superior, por militantes aguerridos. Ahora bien, estos militantes seguían sin saber hablarle a los no militantes. Querrían, por ejemplo, hacer hincapié en la “unidad” efectuada entre los partidos de Francia Insumisa, el Partido Comunista, los Verdes y Ensemble (Juntos). Significaba olvidar que, para la gente, la “unidad” debería ser algo evidente. Divididos, simplemente se tiene la certeza de la derrota.

Incluso me reclamaban un programa. Acepté los de Francia Insumisa, del Partido Comunista, de los Verdes… Lo cogí todo. Temía que este “primer círculo”, intelectual, pasara demasiado tiempo redactando textos sobre la educación o el teatro, o, peor aún, organizando talleres constitutivos, debatiendo sobre la cuestión nuclear o rechazando un salario mínimo de 1.500 euros en lugar de 1.800, en vez de ir a convencer en las calles de Amiens, de Berteaucourt, de Pont-Rémy.

A algunos de mis compañeros también les habría gustado que hubiera llevado a cabo una “campaña pedagógica sobre la reducción de la jornada laboral”. Pero la Confederación General del Trabajo (CGT) ya lo había hecho y había fracasado: se topó con la resignación. Solo disponíamos de algunas semanas, insuficientes para conseguir invertir la ideología del país. La “pedagogía” es el reflejo de organizaciones habituadas a las “candidaturas simbólicas”, cuyo objetivo es “aportar ideas”, no ganar poder. Debíamos más bien detectar, entre nuestros temas, aquellos que ya hacían eco entre los electores. Y sin necesidad de “pedagogía”.

A falta de contar con un programa, defendía una línea binaria: “nosotros” contra “ellos”, “nosotros, los pequeños, los trabajadores, los de abajo”, contra “ellos, los grandes, los accionistas, los de arriba”. Repetí este esquema mil veces durante nuestra campaña de puerta a puerta: “Buenos días. ¿Sabe usted que vivimos en un mundo en el que el 1% de la humanidad posee más riqueza que el 99% restante? [La señora asiente, entra en el juego: me marco un punto]. Quizás pertenezca usted a ese 1% compuesto por los más ricos y puede que le vaya todo muy bien… [La señora se ríe: dos puntos]. Si no es el caso, existe un medio para defenderse: sigue siendo la papeleta de votación. No es el único ni el mejor; sin embargo, gracias a este se obtuvieron las vacaciones pagadas, la Seguridad Social, la baja por maternidad… Porque a los ricos no se les olvida ir a votar y defender sus intereses”. Y en este punto, la señora concluía: “Sí, tiene toda la razón” [tres puntos].

Esta línea se combinaba con una actitud. Así, habíamos elegido como eslogan “¡Picardía en pie!”. Como emblema, una marioneta local, Lafleur. Adoptamos tintes regionalistas, ya que, como si el marasmo industrial no fuera suficiente, la reforma territorial de 2015 había borrado Picardía del mapa: absorbida por la región Hauts-de-France, avasallada por Lille, despreciada por París. Nuestro deber era, y lo sigue siendo, devolver un poco de orgullo a sus habitantes.

Así pues, en mi profesión de fe hacia los electores, escribía: “Mañana, como diputado, no os prometo la luna. (…) En cambio, me comprometo a esto: ante los ministros, ante los presidentes-directores generales, no me vendré abajo. No me doblegaré. No seré un peón en manos de ningún Gobierno o partido. Haré que se oiga vuestra voz. (…) Si me otorgáis la banda tricolor, vuestros miles de votos fortalecerán mi voz. Para impactarles, mi legitimidad se verá reforzada. Ante ellos, gracias a vosotros, temblaré menos. Me llenará de orgullo representaros”.

La ocasión, desgraciadamente, no tardará en llegar. A finales de enero de 2017, Whirlpool anunciaba la deslocalización de su fábrica de Amiens. La empresa no estaba situada en mi distrito, más bien en sus márgenes, pero evalué el reto: Whirlpool se convertía en el símbolo de un mundo obrero aplastado y se libraba una batalla que no debíamos dejar al FN. Rápidamente, publiqué un vídeo acusando a la Unión Europea, la libre circulación de mercancías, y reclamando un “impuesto adicional, de más del 50%”. Pero Le Pen también, y claramente la escuchaban más a ella. Cuando llegamos a la planta, el recibimiento fue moderado. Sin embargo, Frédéric Chantrelle, delegado de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), recordaba mi reportaje en la fábrica, hacía ya quince años, en 2002, para el dosier de Fakir sobre la deslocalización de las lavadoras y su traslado a Eslovaquia. Y nuestra furgoneta punk atraía. Todo el equipo sindical se fotografiaba con nuestro símbolo: Lafleur pateándole el culo a un poderoso patrono. Con el paso de las semanas fuimos estrechando estos lazos, invitábamos a los asalariados de Whirlpool a nuestros mítines, repetíamos que “el adversario es el accionista, no el extranjero”. Les aconsejábamos, la complicidad iba aflorando.

En febrero, al obtener un premio César por el documental ¡Gracias jefe!, les dirigí una dedicatoria especial en París: “¿Por qué sigue dándose la misma situación desde hace treinta años? Porque los afectados son obreros y, por lo tanto, no se hace nada. Imaginemos que decimos: ‘Los diputados no son lo bastante competitivos, hay que deslocalizar el hemiciclo y trasladarlo a Varsovia’; pues bien, inmediatamente se organizarían debates en la Asamblea Nacional y habría un proyecto de ley. En este caso, como son obreros, no hay ni debate ni proyecto de ley”.

Me volví un poco “popular” aquella noche con ese vídeo que circulaba por las redes sociales. A continuación, durante mis dos confrontaciones con Macron, especialmente cuando se presentó delante de la fábrica de Whirlpool y lo saludé con un: “Está usted aquí entre los vencidos de la globalización…”. En el fondo, fue al único al que tomé como adversario. Al FN lo atacaba poco. ¿Cómo iba a pensar gente a la que no le va bien, socialmente, económicamente, que Le Pen o su padre, que nunca han gobernado el país, son los responsables de sus desgracias? Se lucha contra el FN abriendo otro camino a las cóleras, a la esperanza, ofreciendo un conflicto diferente al que establece una división entre franceses e inmigrantes.

¿Y el otro corazón sociológico de la izquierda, las personas con formación? Aposté a que convencer a la “clase media” exigía menos esfuerzo: me era más cercana socialmente. Y, para ella, mi recompensa artística equivalía a reconocimiento. A continuación, organizamos “reuniones laboratorio”: sobre educación, sanidad, el ámbito social, transportes, ecologismo. Elaboramos octavillas específicas, repartidas en las puertas de los colegios, institutos, hospitales. Y, para consolidar nuestro capital cultural, y ampliar nuestro horizonte más allá de la industria amenazada, invitamos a intelectuales a nuestros mítines: Hervé Kempf, Patrick Pelloux, Denis Robert, Michel Pinçon y Monique Pinçon-Charlot...

Estos encuentros constituyeron, sobre todo, una gratificación para nuestros tenaces militantes, que pasaron semanas enteras distribuyendo octavillas, yendo de puerta en puerta. Fueron ellos quienes, inmueble tras inmueble, calle tras calle, zona tras zona, sacudieron la resignación, despertaron la esperanza. Nuestras reuniones públicas, los conciertos, tenían por misión que sus esfuerzos volvieran a tener sentido. Ofrecer alegría como un adelanto del mundo que preparábamos…

La noche de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Le Pen había conseguido el 29% de los votos en la circunscripción; Macron, el 23%. Jean-Luc Mélenchon había quedado justo por detrás, con un 22%, a la cabeza en los barrios populares, muy por debajo en las zonas rurales. ¡Un 1% de diferencia, eso se podía remontar! Simplemente debíamos superar la “abstención diferencial” de los pobres, los obreros, los jóvenes, que son los primeros que abandonan las urnas. Sobre todo, superar la inercia que hace siempre de las elecciones legislativas una “ola” que proporciona una amplia mayoría al presidente, sobre la base de “Hay que darle una oportunidad…”.

Al finalizar la primera vuelta de las elecciones legislativas, superábamos al FN: un 16% para ellos y un 24% para nosotros. En Flixecourt, un municipio comunista en el que Le Pen había triunfado unas semanas antes, conseguíamos un 41% de los votos. En la circunscripción, el candidato por Macron se situaba muy por delante de nosotros, con un 34%. Nos separaban 4.000 votos. Pero ya suponía una victoria: se demostró que las clases populares, incluso en las zonas rurales, pueden volver a la izquierda. Los obreros no están condenados a votar a la extrema derecha.

Esa misma noche imprimimos unos 70.000 ejemplares de un folleto de cuatro páginas: “¡Diga no a Macron! ¡El domingo, bloquee las finanzas!”. Durante el día seguíamos con la campaña de puerta a puerta; entusiasmados, prácticamente trepábamos por los huecos de escalera. Y por la tarde, cada tarde, organizábamos una manifestación festiva. No había ni un minuto que perder. El lunes éramos ochenta, con bandas, tambores, cacerolas y equipos de sonido en Saint-Maurice. Al día siguiente, nos manifestábamos a la vez en Abbeville y en Amiens. Y más tarde en Longueau, en Flixecourt, en Salamandre, en Rouvroy, en el barrio Soleil-Levant (Abbeville). En la víspera del escrutinio, distribuimos poemas y pusimos un “Deje hablar a su corazón” en la banderola.

El domingo 18 de junio, ganamos con un 56% de los votos, un 74% en Flixecourt. En una semana habíamos conseguido 10.000 votos. ¿De dónde venían? ¿Cómo habíamos conseguido motivar a nuestro bando a pesar de la poderosa abstención? ¿Qué les había convencido? De nuestro derroche de iniciativas, ¿cuál había resultado eficaz? Y, sobre todo, ¿qué podría reproducirse en otras partes?

“No se ganan unas elecciones con cacerolas”, se burlaban, durante la campaña, los políticos refinados. ¿Quién sabe? ¿Quién conoce la receta para dar fe y energía a la gente? ¿Y para hacer que un pueblo abandone el sentimiento de impotencia?

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(1) Respectivamente: Partido Comunista, Partido de Izquierda, Europa Ecología – Los Verdes, Lucha Obrera y Nuevo Partido Anticapitalista.

(2) Véase Frédéric Lordon, “Merci patron!”, Le Monde diplomatique en español, marzo de 2016.

François Ruffin

Diputado en la Asamblea Nacional francesa por el departamento de la Somme. Periodista, director del documental Merci patron!.