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De la izquierda a la derecha, celebraciones de la identidad

El terruño no miente

La aspiración de transformar el mundo a veces pasa por una vuelta a valores que creíamos pasados. El terruño, al que se le atribuye la capacidad de alimentar la identidad individual y colectiva, una autenticidad que se opone a la globalización capitalista –cuando no al progreso–, vuelve a marcar tendencia. Tanto conservadores como revolucionarios lo ensalzan.

por Evelyne Pieiller, junio de 2018

La apología del espíritu localista ha sido considerada durante mucho tiempo algo reaccionario. Los adalides de la tradición, de la irreductible peculiaridad de un pedazo de tierra, se mostraban hostiles tanto al Estado centralizador y a su uniformización de las diferencias regionales como a la concepción de ciudadano abstracto, despojado de sus características de individuo singular, profuso en vínculos con su historia. Las provincias tenían, para sus defensores, una autenticidad que la modernidad no podía borrar –esa modernidad que simbolizaban la Revolución Francesa y la República “jacobina”, desconectada de las múltiples raíces que habrían constituido la entidad de una patria hecha de pequeñas patrias–. Frente a un Estado sin raíces, el sentido carnal de pertenencia a una tierra se afirmaba como una verdad humana, vinculada a la memoria, portadora de valores ancestrales, sensible y vibrante. De ello se hacía eco el mariscal Philippe Pétain, en su discurso del 25 de junio de 1940, cuando afirmaba: “La tierra no miente”.

Charles Maurras (1868-1952) (1), fundador de la Liga de Acción Francesa y ardiente defensor de la revolución nacional frente a los valores de la Revolución de 1789, y Maurice Barrès (1862-1923), novelista lírico y también febril, habían teorizado, cada uno a su manera, estos puntos de vista, hasta desembocar en un nacionalismo xenófobo y antisemita. Pero antes de denunciar la toxicidad de lo extranjero y lo cosmopolita, parte de este elogio de lo local remitía, sobre todo en Barrès, al “rechazo de la decadencia, de la sociedad industrial y de los valores burgueses”, y a la búsqueda de los “sentimientos que confieren valor a la vida” (2). Actualmente, las nuevas versiones de retorno a lo local, que se supone se oponen a las fuerzas mortíferas del liberalismo globalizado, rechazan precisamente una nueva “decadencia”, provocada por las consecuencias del capitalismo financiarizado y de sus adláteres políticos, destructores de la diversidad de la vida, y que, no confiriendo sentido a la existencia, condenan al nihilismo y reducen a todo el mundo a una impotente soledad. Queda por saber si ese neoregionalismo antisistema está exento de las pasadas ambigüedades.

Los que lo reivindican son numerosos, y de todo signo político. Así, Patrick Buisson, exasesor de Nicolas Sarkozy y periodista en los años 1980 del semanario de extrema derecha Minute, celebra con alegría el regreso, producto de la “gran mutación del capitalismo”, de “la aldea tradicional frente a la aldea global” y de las “virtudes de la solidaridad comunitaria”, natural, al contrario que las “sociabilidades contractuales” (3). En la misma órbita que el movimiento de Manif’ pour Tous (contrario al matrimonio homosexual), la revista Limite, dirigida por cristianos ecologistas “modernos”, y que, según su texto de presentación, rechaza “el doble imperio de la técnica sin alma y del mercado sin ley”, se muestra partidario de la defensa y “preservación de los modos de vida tradicionales, del arraigo local y, en parte, del decrecimiento” (4)… lo que la lleva a apoyar a los “zadistas” (5).

El Comité Invisible, vinculado a Julien Coupat y al grupo de Tarnac (6), afirma: “No hay yo y el mundo, yo y los demás, hay yo con los míos, en ese pequeño trozo de mundo que amo, irremediablemente”; es “aquí, ahora, en esta población familiar, ante estas antiguas sequoias sempervirens (7), donde se vive la experiencia de la comunidad. En la misma línea, las contribuciones de la antología Constellations (8), relatos de experiencias que buscan reinventar los instrumentos de un posible movimiento revolucionario, proponen historias “de transmisión contra la desposesión, de enraizamiento y de viaje contra la aniquilación de los territorios”. Hay muchos otros partidarios de lo local, desde Jean-Claude Michéa hasta Michel Onfray, y las perspectivas son diversas. Pero en lo que coinciden todos ellos es en la necesidad de encontrar las “raíces”; lo que pone sobre la mesa, entre otras, la cuestión de la identidad. Cuestión intrínseca a la derecha reaccionaria. Cuestión más sorprendente en el otro extremo del espectro.

Esta identidad, bajo el padrinazgo más o menos discreto de Martin Heidegger –reivindicado por Buisson y por los autores de Constellations–, será la de la comunidad, donde “pertenecer al lugar tanto como él nos pertenece”, donde resuena el pasado, donde está claro que “lo que hay en la vida son afectos, seres asentados que se mueven en un conjunto de vínculos” (9). Esta identidad ligada a una comunidad sensible es reivindicada frente a la nación abstracta, e incita a apoyar las identidades concretas; las de las regiones, o las de tribus con afinidades, por ejemplo. Pero, de modo más general, encarna la ofensiva contra “la idea de desapego hacia todo vínculo”, tradicionalmente atribuida por la extrema derecha al universalismo, coincidiendo así con determinada izquierda radical.

La “antropología del mundo occidental” que inventó “la visión de un sujeto libre de todo vínculo, un sujeto razonable e independiente, pero que en última instancia es un sujeto escindido del mundo”, es denunciada con fuerza (10). Esto supone confundir razón, universalismo y capitalismo, en un manto de esencialismo “antioccidental”; es postular que solo existe identidad de grupo, autenticidad en proximidad a un entorno y verdad en los afectos (11): quizá, la desafiliación de toda pertenencia es, de hecho, “la base de las enfermedades llamadas de civilización” (12). Vaya pues. He aquí la solución a la decadencia. He aquí cómo diluir por fin la cuestión social, en un hermoso arranque místico, juntando a los que se parecen… ¿El terruño no miente?

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(1) La inscripción del antisemita Charles Maurras en el Livre des commémorations nationales 2018 [“Libro de las conmemoraciones nacionales, 2018”], señal de cierta ausencia de complejos, ha sido borrada, tras una ola de protestas. La del novelista Jacques Chardonne, también notorio antisemita y enamorado de la provincia, tan apreciado por François Mitterrand, no ha sido eliminada.

(2) Zeev Sternhell, Maurice Barrès et le nationalisme français, Pluriel, París, 2016 (1a ed.: 1972).

(3) Patrick Buisson, La Cause du peuple. L’histoire interdite de la présidence Sarkozy, Perrin, París, 2016.

(4) Louis Gibory, “Aéroport de Notre-Dame-Des-Landes, un enjeu de société”, Limite, 27 de enero de 2016.

(5) Militantes a favor de la “zona por defender” (ZAD) de Notre-Dame-des-Landes y contra el proyecto de aeropuerto.

(6) Grupo de jóvenes perseguidos por su presunta participación en una asociación delictiva con vistas a la preparación de un acto de terrorismo después de que catenarios de ferrocarril fueran dañados en el otoño de 2008. Fueron puestos en libertad en abril de 2018.

(7) Comité Invisible, Ahora, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017.

(8) Colectivo Mauvaise Troupe, Constellations. Trajectoires révolutionnaires du jeune XXIe siècle, L’Éclat, col. Poche, París, 2017 (1a ed.: 2014).

(9) Comité Invisible, Ahora, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017.

(10) Colectivo Mauvaise Troupe, Constellations. Trajectoires révolutionnaires du jeune XXIe siècle, L’Éclat, col. Poche, París, 2017 (1a ed.: 2014).

(11) Cf. Jean-Luc Chappey, “Constellations: Radicalités irrationnelles”, Agone, n° 61, Marsella, 2017.

(12) Colectivo Mauvaise Troupe, Constellations. Trajectoires révolutionnaires du jeune XXIe siècle, L’Éclat, col. Poche, París, 2017 (1a ed.: 2014).

Evelyne Pieiller