En vísperas de la Revolución de Octubre de 1917, Lenin estimaba que el fracaso del primer intento de derrocar el poder de los zares, en San Petersburgo en diciembre de 1825, se debía principalmente a que los rebeldes estaban “demasiado alejados del pueblo”. Aunque miraba con indulgencia a los pioneros en desafiar al zarismo, no dejaba de señalar la brecha que separaba a los bolcheviques de los insurrectos de 1825. Estos últimos, oficiales de origen noble, se oponían a toda idea de insurrección popular: las masacres de los terratenientes que habían acompañado las grandes revueltas de antaño habían grabado en la memoria de la nobleza rusa un profundo terror.
Durante mucho tiempo, la notoriedad de Anklam, en el extremo noreste de Alemania, ha provenido de su escena neonazi (1). Sin embargo, la ciudad padece también otro mal, menos visible: el vacío. En 1990 contaba con 19.000 habitantes; hoy posee una tercera parte menos y, según las previsiones, la cifra disminuiría hasta los 10.000 en 2020. Entre 2000 y 2012, el porcentaje de las personas de entre 15 y 25 años de edad se redujo a la mitad, mientras que el de las personas mayores de 65 años aumentó un 20%.
No obstante, las calles pavimentadas, la plaza del mercado, las casas típicas del Norte parecen nuevas. “Se ha trabajado mucho a nivel de urbanismo para hacer atractiva la ciudad”, confirma Jeannine Rösler mientras camina por el centro. “Pero todo esto no es más que una fachada: falta vida detrás –añade esta diputada de Die Linke (izquierda) en el Parlamento de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, también representante electa en la asamblea del cantón del que depende Anklam–. Pasa lo mismo en las ciudades vecinas de Demmin y Pasewalk. Y en toda la región”.
En efecto, la situación de Anklam refleja la de todo este Bundesland (estado federado) encastrado entre Lübeck, el mar Báltico y la frontera polaca. Entre 1990 y 2015, la población de este estado disminuyó un 16%, mientras que Baviera, en el Sureste, veía cómo la suya crecía un 13%. Hoy en día es el menos poblado del país, con una media de solo 69 habitantes por kilómetro cuadrado, frente a los 233 en el conjunto del país. Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, las regiones de la antigua República Democrática Alemana (RDA) han perdido cerca de tres millones de habitantes: la mitad, debido a la migración hacia el Oeste; la otra mitad, por la disminución de la natalidad. “Los jóvenes, y sobre todo las mujeres jóvenes, se han ido a otras partes para concebir a sus hijos”, se lamenta Ulrike Dörnbrack, empleada de la sección local de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, conservadora) en la ciudad de Neubrandenburg. Como resultado, “la edad media ha aumentado unos quince años desde 1990: ha pasado de 34 a 49 años –declara Thomas Reimann, director de Desarrollo del Territorio en el Ministerio Regional de Agricultura–. En 1989 éramos el Land más joven. Actualmente somos el de mayor edad”.
Las consecuencias de esta transformación demográfica les complican la vida a aquellos que permanecen allí. “Hace años que dejamos de tener guardería, por no hablar del colegio –enumera Holger Klukas, alcalde desde hace doce años de Gallin-Kuppentin, a sesenta kilómetros de Schwerin, la capital del Land–. Tampoco tenemos ya la posibilidad de comprar aquí. No hay nada. De vez en cuando viene un peluquero. Eso es todo”. El municipio solo cuenta con 437 habitantes, frente a los 600 de hace unos diez años, afirma el alcalde, quien sobrevive con la renta mínima Hartz IV. “Durante estos últimos años, la política municipal en la región se ha limitado esencialmente a gestionar el decrecimiento: cerrar jardines de infancia, escuelas, administraciones… Había que desmontarlo todo”, cuenta Tilo Lorenz, líder del grupo CDU en la asamblea de la meseta de los lagos de Mecklemburgo. El resultado: las distancias se alargan y la vida se complica. El agricultor que solicita una licencia de construcción, el ciudadano que presenta una reclamación o el representante electo que visita a sus administrados emplean cada vez más tiempo en cada trayecto.
Una de las causas de esta distorsión de la relación entre la población y la administración radica en la reforma territorial de 2011, que reconfiguró el mapa de los Landkreis de la región, esos cantones o distritos rurales que asumen competencias tan esenciales como la ayuda social, la ayuda social a la infancia, el mantenimiento de algunas carreteras, la gestión de los residuos, los servicios de emergencias... Con el pretexto de adaptar las estructuras administrativas a la evolución demográfica –y sobre todo para ahorrar–, la fusión de los cantones dio lugar al surgimiento de espacios gigantes. “Actualmente somos el cantón más grande del país, más extenso aún que el Sarre”, subraya Lorenz.
Cuatro años más tarde, el Land también reagrupó los tribunales administrativos. La ciudad de Anklam, como dejó de ser la capital del cantón, perdió los empleos administrativos que conllevaba ese estatus, pero también su tribunal, por no hablar del instituto de formación profesional, que cerró sus puertas y dejó vacío un amplio edificio de hormigón cerca del centro. “Las consecuencias de que esas estructuras hayan abandonado esta ciudad revierten directamente en el poder adquisitivo –lamenta Rösler–. Con la reforma, los representantes electos de los consejos cantonales también se han alejado de la gente. Las distancias que hay que recorrer han pasado a ser tan importantes que, necesariamente, ya no se sabe cuáles son los problemas en el otro extremo del cantón”.
“Sinceramente, ¿qué consejero cantonal sigue conociendo los pueblos hoy en día?”, pregunta Hartmut Kühn, jubilado de Anklam. En este día de abril, en el anexo administrativo que ha sobrevivido en la pequeña ciudad, pero que también podría cerrar sus puertas próximamente, se inaugura la exposición de un dibujante local. Nos encontramos con asalariados, algunos adolescentes, personas mayores… y Dietger Wille, representante electo conservador y responsable del ámbito de Finanzas en el cantón: “Con la reforma territorial ha aumentado en gran medida el tiempo empleado en la toma de decisiones por parte de las administraciones. Creo que hay que adaptar las estructuras administrativas al número de habitantes, pero la respuesta no es la correcta. El verdadero problema reside en la financiación de los municipios”. Y lo dice un hombre de derechas…
El Gobierno regional ha intentado ir más allá de la simple concentración administrativa, ofreciendo, por ejemplo, becas de 300 euros mensuales a los estudiantes de Medicina que se comprometan a instalarse en las zonas más afectadas por la desertificación médica. También ha puesto en marcha un programa de revitalización de los pueblos, así como una campaña para atraer a docentes jóvenes… “Solo son gotas de agua en el océano –zanja Rösler–. Aquí, el verdadero obstáculo es el nivel de ingresos. Es demasiado bajo”. En efecto, más de un cuarto de siglo después de la reunificación, los habitantes de las regiones orientales ganan alrededor de un 25% menos que sus conciudadanos del Oeste. Y, en las zonas más al este de Mecklemburgo, cerca de la frontera polaca, el desempleo sigue superando el 10% (frente al 8,8% en el conjunto de la región y menos del 5,5% en todo el país) (2).
En 2016, en las elecciones regionales, el partido de extrema derecha Alternative für Deutschland (AfD) consiguió el 20% de los votos en este estado federado. Su resultado ascendía al 26%, al 27% e incluso al 32% en las circunscripciones situadas más al este. El Nationaldemokratische Partei Deutschlands (NPD), el partido neonazi, obtuvo además el 3% de los sufragios a nivel del Land, y hasta el 8% en una de las circunscripciones orientales (3). ¿Se trata de una reacción a la inmigración? Es poco probable: se instalaron menos de 6.000 solicitantes de asilo en Mecklemburgo en 2016; el estado-región cuenta con un 4% de habitantes extranjeros, frente a más de un 11% a nivel federal (4). Dos meses después del escrutinio, las autoridades del Land crearon una Secretaría de Estado específica para Pomerania. La secretaria de Estado dispone de un fondo para subvencionar proyectos, pero solo asciende a 3 millones de euros.
“Los factores que explican el nivel de votos para AfD en la región son, evidentemente, numerosos. Pero a menudo se menciona la reforma territorial de 2011”, subraya Felix Rösel, economista en la filial de Dresde del Instituto de Análisis Económicos (CES-IFO) y autor de una investigación sobre los efectos políticos de la recomposición administrativa en Mecklemburgo-Pomerania Occidental. “En los municipios que se encuentran en los cantones más extensos creados por la fusión de 2011, AfD obtiene mejores resultados que en otros lugares. El ahorro generado por la reforma ha sido más bien mínimo, ya que la ampliación de las distancias cuesta dinero. El único punto en el que ahorramos realmente es en personal. Ahora bien, gracias a dicho personal se mantiene o no la relación con los administrados, que se quejan de que ya no conocen a sus representantes”. Así, la ampliación del mapa y el alejamiento de los servicios públicos hacen que aumente el descrédito hacia el mundo político, acusado ya de haber perdido el contacto con la población. “Con la reforma de 2011, la gente se decía: ‘Así que ni siquiera valemos lo suficiente como para tener administraciones en nuestro territorio’ –explica Rösler–. Y los numerosos habitantes que se movilizaron contra esta reforma fueron ignorados, simplemente”.
Lars Tschirschwitz, uno de los responsables de una filial de la central regional por la cultura política, trabaja precisamente en la organización de un debate con los candidatos para las elecciones cantonales, que tendrán lugar unas semanas más tarde. AfD estará presente. Sin embargo, este treintañero procura ser optimista. “Hubo un momento en el que casi se decía que pronto apagaríamos la luz. Es exagerado. El turismo se desarrolla. Gente de las grandes ciudades, de Berlín [a 180 kilómetros de distancia], viene a instalarse a la región. Se trata de un desarrollo que la política no ha visto llegar ni tampoco ha planificado”, comenta este geógrafo de formación. Ciertamente, la población del Land ha tendido más bien a estabilizarse estos últimos años, en contra de las previsiones más pesimistas. “En mi ciudad, perdíamos de media cien habitantes al año –afirma Michael Sack, alcalde de Loitz, un municipio de 4.300 habitantes–. Esta tendencia cambió el año pasado: ¡ganamos ocho! Puede parecer poco, pero para nosotros ya es algo”.