“Unión Mediterránea”, “Unión por el Mediterráneo”, y finalmente “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”; las sucesivas denominaciones del proyecto lanzado por el presidente Nicolas Sarkozy reflejan a la vez su imprecisión y la oposición que ha encontrado en muchos socios europeos de Francia. Sugerida durante la campaña presidencial francesa del año pasado, la idea, según todos los observadores, tenía un único objetivo: encontrar un marco que permitiera integrar a Turquía, en un momento en que París se oponía a su adhesión a la Unión Europea.
Desde entonces, el proyecto ha adquirido mayor consistencia, pero al precio de numerosas contradicciones, especialmente entre Francia y Alemania, a la que se le solicitó ser el principal socio capitalista del proyecto. ¿Cómo lograr conciliar además, en el terreno político, el alineamiento francés cada vez más marcado con Israel, con la voluntad de integrar a los países árabes, que se niegan a normalizar sus relaciones (...)