“Los desvíos son para evitar a la policía; no tengo permiso de conducir”, dice Blago. El joven conduce con firmeza por la carretera que conecta los últimos suburbios periféricos de Sofía con el inmenso barrio de Fakulteta, donde viven más de la mitad de los 30.000 gitanos de la capital búlgara. Su rostro es impasible, su mirada atenta. Los complejos habitacionales socialistas desaparecen poco a poco detrás de los árboles y las montañas de residuos.
Aquí es imposible entrar sin guía, ya que, desde los violentos sucesos del otoño de 2007, el barrio se encuentra muy vigilado. “Grupos de extremistas búlgaros suelen venir a provocar y, desde la muerte de un gitano, en septiembre último, los habitantes debieron organizarse”, señala Baptiste Riot, un joven profesor de francés que da clases de fotografía a los niños de la mahala, el barrio gitano. “Los únicos lugares donde ambas poblaciones siguen encontrándose –explica– son (...)