Ésta es una urbanización como otras tantas miles que existen en Francia. Caravanas y autocaravanas meticulosamente estacionadas en aparcamientos colectivos, casas clones con setos perfectamente podados y rodeadas de vallas de plástico, carteles de “cuidado con el perro”: estamos en Marcharderie, en el corazón de la comuna de Beaucouzé, en la periferia de Angers.
Son las siete y media de la tarde. A esta hora, habitualmente, el matrimonio Dupont cena en torno a la vieja mesa de madera, mientras la televisión suena levemente. Pero, ese día, detrás de las paredes de su casa Phénix resuena un estruendo de golpes de martillo. Patrick Dupont se pelea con el viejo armario borgoñón de su bisabuela. Después de haber presidido el salón durante casi treinta años, esta pieza de anticuario debe ceder el lugar a un conjunto más moderno: “La apertura de l’Atoll nos ha dado ideas”, confiesa Dupont, recuperando brevemente el aliento.
¿L’Atoll? Se (...)