Seis y media de la tarde. Estación Retiro Mitre, Buenos Aires. Bajo la bóveda estructurada por un entrelazado de hierro y vidrio translúcido, una multitud de pasajeros se apresuran. Frente a ellos, una decena de andenes vacíos... y un único tren. Un perfume a mate –una infusión local– baña la fila de unos cincuenta metros de longitud en la que esperan familias y viajeros solitarios. Con las maletas a los pies (y almohadas bajo el brazo en el caso de los más previsores), todos se preparan para un largo viaje. En la línea que une Buenos Aires y Córdoba, las principales ciudades del país, perder el tren significa desperdiciar tres días: cada semana, solo dos trenes recorren los 750 kilómetros que separan las dos metrópolis en trece horas según los plazos oficiales. En fin, “si todo transcurre como está previsto”...
De repente resuena una voz. En primer lugar agradece a todos (...)