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El modelo brasileño en un callejón sin salida

São Paulo, megalópolis con sequía

Las manifestaciones se multiplican en las grandes ciudades de Brasil. A las marchas organizadas por la oposición de la derecha se añaden las protestas de los decepcionados por el Partido de los Trabajadores (en el poder desde 2003). En el Estado de São Paulo, es la cuestión del agua la que cristaliza el descontento: la región conoce una de las más graves penurias de la historia del país. Los cortes pueden durar varios días...

por Anne Vigna, abril de 2015

Un restaurante elegante en el centro de São Paulo, la capital económica de Brasil. El sommelier presenta a sus clientes una botella de vino que manipula como si se tratara de un bebé. Sin embargo, sirve el contenido en vasitos de plástico. En los aseos, inmaculados, el sifón del lavabo fue desmontado y el agua de la pila desagua en una palangana.

Encima de la taza del inodoro, un cartel indica: “Estimados clientes, se agradece el uso del agua recuperada para la descarga de agua”. Desde hace varios meses, la ciudad de los superlativos –la más poblada del país, la más atestada de coches, la más rica– es también la de las escenas más extrañas. Pues, en una de las megalópolis del mundo con el mayor crecimiento económico de la última década, el agua comienza a faltar de manera cruel.

En el Estado federado de São Paulo, de cuarenta y un millones de habitantes, los conservadores controlan la Administración pública desde hace veinticuatro años. Durante el último debate televisivo de la campaña para el cargo de gobernador, en octubre de 2014, las reservas de agua ya se estaban reduciendo. Interrogado sobre este punto, Geraldo Alckmin, del Partido de la Social Democracia Brasileño (PSDB, derecha), se mostró categórico: “El agua no falta y no faltará en São Paulo”. Ganó las elecciones, pero en las redes sociales se hizo viral este fragmento.

“Al principio, en agosto de 2014, los cortes del suministro sólo se producían por la tarde. Pero ahora cortan el agua a mediodía”, vocifera el dueño del restaurante elegante mostrando al mismo tiempo los bidones almacenados en la cocina, que se llenan durante las horas en que hay agua. ¿“Cortan”? Se trata de la Sabesp, la sociedad de economía mixta (1) encargada de la distribución y saneamiento del agua en São Paulo. La reserva de los depósitos no es suficiente para las necesidades del establecimiento: la vajilla de la noche se apila hasta el día siguiente. Se cocina gracias a bidones de agua potable. Como en cualquier parte, el fenómeno repercute en los precios del menú. Y las cosas no mejoran demasiado: la Sabesp durante algún tiempo consideró incluso limitar el aprovisionamiento de algunos barrios a dos días por semana, pero finalmente renunció a esta idea. Los empleados están preocupados. La empresa sólo informa a cuentagotas. Después de una importante presión popular, ahora indica en su portal de Internet las horas de los cortes en cada barrio.

Información con frecuencia errónea, sin embargo. Por otra parte, la Sabesp ya no concede más entrevistas a la prensa.

Al terminar la proyección del documental A lei da agua (“La ley del agua”), de André Vilelea d’Elia (Cinedelia, 2014), a finales de enero, nadie se levanta de sus butacas. En esta sala de la ciudad, atestada como cada vez que el documental está programado, todos esperan el debate con Ana Paula Fracalanza, investigadora de la universidad de São Paulo y especialista en gestión de recursos hídricos. En la casa de Maria Caçares, que llegó para hacer una pregunta, el corte se produjo antes de que regresara del trabajo. Y el agua no vuelve hasta las diez de la mañana, cuando ella ya se ha marchado de su casa.

Por suerte, en su edificio, las personas mayores se encargan de llenar los baldes para las personas que trabajan. “Señora, ¿usted sabe lo qué pretenden hacer?, pregunta. “¿Tienen un plan B para los próximos meses?” Todas las miradas se vuelven hacia la consternada invitada: “No, yo tengo la misma información que ustedes, e ignoro incluso si tienen un plan B, C o D. Sé, en cambio, que lo peor está por llegar”.

Todo el mundo conoce el plan A del Gobierno: invertir cerca de 300 millones de euros para captar el agua del río Paraiba del Sur, del que ya bebe el Estado vecino de Río de Janeiro. Pero la operación –que privará al Estado de Río de una parte de sus fuentes de abastecimiento– llevará dieciocho meses, en el mejor de los casos.

“Hemos perdido mucho tiempo por culpa de las elecciones. Si el Gobierno hubiera dicho hace un año que había que economizar el agua, la población lo habría entendido”, explica Marcelo Cardoso, representante de la Alianza para el Agua, una coalición de organizaciones ecologistas formada desde “la crisis”. Ya han estallado revueltas. En octubre de 2014, en la pequeña ciudad de Itu, los habitantes privados de agua arremetieron contra edificios públicos. Los camiones-cisterna enviados por el Estado tuvieron que ser escoltados por la policía. Los manifestantes no eran fanáticos, sino “buenos” ciudadanos, muchos de ellos eran mujeres provenientes de la clase media.

“El agua está íntimamente ligada a la dignidad de las personas”, explica Cardoso. “Cuando uno ya no puede lavarse, ir al servicio u ocuparse de sus hijos, le entra el pánico”.

Según un informe de los servicios de información del Estado de São Paulo revelado por la edición brasileña del diario El País (2), la región podría soportar manifestaciones tan graves como las de junio de 2013, que se desencadenaron tras la subida del precio del transporte (3). El portal en Internet especializado en cuestiones de seguridad, Defesa.net (4), asegura que la crisis hídrica explica la “formación” que los servicios de información de São Paulo realizaron en la unidad especializada de policía Special Weapons and Tactcs (SWAT) en Estados Unidos, en noviembre de 2014. Ironía de la historia, São Paulo recibió en marzo catorce camiones equipados para lanzar chorros de agua con los que disolver manifestaciones (5). Pero, ¿quién se atreverá a utilizarlos frente a manifestantes que reclaman justamente agua?

Las propuestas que apuntan a optimizar los recursos hídricos no faltan: desarrollo de la agroecología; saneamiento del río Tieté, que recorre São Paulo, y es hoy una cloaca a cielo abierto; reparación de las redes para evitar la pérdida del agua canalizada (estimada en un 25%); recolección del agua de lluvia, etc. Pero ninguna de estas iniciativas ha captado la atención de los poderes públicos.

La explicación de esta crisis se encuentra más al Norte, en la selva amazónica devastada para dar lugar a las plantaciones de soja y a tierras para el pasto del ganado. Brasil se encuentra en un callejón sin salida: la agro-industria, pilar de su balanza comercial, absorbe casi el 70% del consumo de agua. Solo la exportación de bienes agrícolas representaría una transferencia de aproximadamente 112 billones de litros de agua dulce hacia el extranjero cada año (6). Este sector descansa sobre un régimen de aguas abundantes puesto en peligro por la expansión constante de la deforestación.

La selva permite no sólo retener el agua y la tierra sino, por el fenómeno de la evapotranspiración del suelo y de las hojas, restituye también hacia la atmósfera una cantidad considerable de vapor. Los científicos estiman que la cuenca amazónica emite el equivalente a veinte billones de litros de agua al día. Esta humedad favorece la condensación de las nubes y provoca el fenómeno de los “ríos aéreos de vapor”.

“Los vientos que provienen del océano se cargan del vapor constante que predomina en la Amazonia y son detenidos al este por los Andes, lo que reenvía esta agua sobre todo el sur del continente”, explica Antonio Donato Nobre, especialista en clima y autor de una síntesis de doscientos informes científicos sobre la Amazonia (7). El ecosistema de la Amazonia y la cordillera de los Andes permiten al sur de América Latina sufrir menos sequía que el resto del globo en esta misma latitud (desiertos namibio o australiano, por ejemplo). La pluviometría que ellos favorecen resulta crucial para cerca del 70% de la producción de la riqueza regional (8).

“Hemos talado cerca del 90% de la selva atlántica sobre toda la costa este del país, pero sin percibir las consecuencias, pues la Amazonia ofrecía mucha humedad”, prosigue Donato Nobre. “En la actualidad, el 18% de la Amazonia está talada y el 29% degradada (9). Nosotros no podíamos decir con precisión en qué momento íbamos a padecer los efectos de este desastre, pero lo llevamos anunciando desde hace una década”.

Según las últimas estimaciones, 762.979 kilómetros cuadrados –más de dos veces la superficie de Alemania– de selva han sido destruidos en el transcurso de los cuarenta últimos años. Sólo durante el año 2004, desaparecieron 27.772 kilómetros cuadrados. Aunque desde 2012 el ritmo anual se ha situado en 4.571 km2, este respiro tal vez no dure mucho tiempo. En 2011, el Gobierno reformó el código forestal, bajo la presión de los diputados y senadores llamados “ruralistas”, que defienden los intereses de la industria agroalimentaria. Este nuevo código que limita fuertemente las zonas de conservación anuló todas las demandas judiciales ligadas a la deforestación, que se puede reanudar con más brío.

La falta de lluvia se traduce también en escasez de electricidad en un país cuya producción energética descansa en un 75% sobre la energía hidráulica. El ministro de Minas y Energía, Eduardo Braga, ha reiterado la voluntad del Gobierno de construir una presa sobre el río Tapajos, en la Amazonia, a pesar de que la presa de Belo Monte, en el río Xingu, no está todavía en funcionamiento.

Cabe preguntarse si esta sequía en la megalópolis brasileña hará tomar conciencia de la necesidad de proteger la Amazonia. Por el momento, el Gobierno federal concentra su actividad en financiar el plan A de São Paulo. Debe responder también a las dificultades de los otros Estados en crisis, como los de Río de Janeiro y de Minas Gerais. Sin hablar de los subsidios que los agricultores reclaman para hacer frente a la sequía, y de las deducciones fiscales que exigen las industrias para equiparse de maquinaria que consuma menos cantidad de agua. El “bombero” federal, llamado de un momento a otro, debe intentar apagar incendios que amenazan a todo el edificio. Pero el dinero, como el agua, falta.

En la inmensa favela de Brasilandia, a una hora en autobús al norte de São Paulo, los habitantes ya son buenos conocedores de la problemática que se anuncia. En la zona más baja de los barrios de chavolas, los cortes del suministro se producen como en el resto de la ciudad, pero cuanto más se sube en este laberinto de callejuelas, menos acceso al agua tienen los habitantes. Una abuela, mientras trata de recuperar el agua que saca de su lavadora, nos explica: “Con esto yo lavo toda la casa”. Está asombrada de saber que ese mismo día, el diario Folha de São Paulo publicó una infografía pedagógica presentando, justamente, las maneras de economizar el agua: recuperación del agua de la lavadora, utilización de un balde durante la ducha, cerrar el grifo al lavarse los dientes, etc. “¿Los de abajo también? Entonces la situación es verdaderamente grave”, concluye, atónita.

Al subir sobre su laje (el techo plano de las casas en las favelas), se observa una cantidad de bidones depositados sobre el techado de los vecinos. Con cada chaparrón, “tendemos una lona e instalamos los baldes en los ángulos”, comenta su hijo mayor. La técnica funciona pero, en un país tropical como Brasil, tiene consecuencias previsibles. Según la oficina de sanidad de la ciudad, los casos de dengue se han multiplicado por tres este enero respecto del enero de 2014 (10).

La crisis del agua produce múltiples efectos. Para ver uno de los más espectaculares, hay que visitar los reservorios del sistema Cantareira, uno de los más importantes sistemas de conducción del mundo. Se descubre un panorama de completa desolación. El inmenso lago artificial parece en la actualidad una mina a cielo abierto. La tierra expuesta al sol se resquebraja. Lo que queda de agua corresponde al 8% del nivel original. “Nadie está en condiciones de decirnos el tiempo que falta para recuperar el nivel de antes de la crisis, pero seguro que llevará varios años, porque, como la tierra está expuesta, el agua se infiltra cuando llueve y no hace subir el nivel”, explica Francisco de Araújo, secretario de medioambiente de la ciudad de Bragança Paulista. En la orilla, las cinco marinas (puertos deportivos), normalmente llenas en esta estación estival, están desesperadamente vacías. “Casi todos nuestros clientes han enviado sus barcos al litoral y no creo que regresen”, nos explica Sydney José Trinidad, propietario de uno de esos pequeños puertos.

Los rumores sugieren que, después de haber trasladado sus barcos, los más afortunados ya están pensando en dejar São Paulo. Pero el ministro de Minas y Energía permanece sereno: “Dios es brasileño. Por lo tanto va a hacer llover”.

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(1) El Estado de São Paulo posee el 50,3% del capital de la Sabesp. El resto cotiza en las Bolsas de São Paulo y de Nueva York.

(2) “Polícia teme onda de protestos por causa da falta de água e de luz”, El País Brasil, São Paulo, 6 de febrero de 2015.

(3) Véase Janette Habel, “Brasil vuelve a tirarse a la calle”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2013.

(4) “Seca em São Paulo é tratada como caso de segurança pública”, 30 de noviembre de 2014, www.defesa.net.com.br

(5) PM de São Paulo terá caminhões com canhões de agua”, O Estado de São Paulo, 9 de julio de 2013.

(6) Isabella Bueno, “A água virtual no contexto da exportação”, Jornal Biosferas, Río Claro, 10 de marzo de 2015.

(7) Antonio Donato Nobre, “O futuro climático da Amazônia. Relatório de avaliação científica”, Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais e Instituto Nacional de Pesquisas da Amazônia, octubre de 2014 (disponible en Internet en inglés, español y portugués).

(8) Antonio Donato Nobre, op. cit.

(9) Deterioro de una selva por cortes parciales y no durables, en particular por la instalación de ganado o la explotación de la madera. En los casos más graves puede conducir a la deforestación.

(10) “Secretaria divulga segundo balanço de dengue e chikungunya na cidade”, Comunicado del Servicio Municipal de Salud de São Paulo, 12 de febrero de 2015.

Anne Vigna

Periodista (Río de Janeiro).