Kuala Lumpur, finales de 2019. Esa noche, Selif S. se encuentra cenando en un pequeño restaurante de un suburbio industrial de la capital malasia. Durante la cena, nos asegura que el trabajo forzado es común en Malasia: “Todas las personas que conozco han estado arruinadas durante años mientras pagaban a los agentes de reclutamiento que supuestamente debían encontrarles un empleo”. Estos les confiscan los pasaportes como garantía de que les van a pagar la deuda.
Selif S. trabaja desde hace más de una década para uno de los principales productores de guantes de goma, que abastece en especial al sector sanitario en Europa y Estados Unidos. Pero este fenómeno afecta a la totalidad de sectores de la economía malasia orientados al mercado exterior, como el de la electrónica, el textil y todos los productos derivados del caucho. En 2018, las exportaciones de componentes microelectrónicos supusieron 44.800 millones de dólares (al cambio, (...)