Mientras, desprevenido, el mundo se preparaba a asistir a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, y cuando el Primer ministro de Rusia, Vladímir Putin, se hallaba alejado en Pekín, las fuerzas armadas de Georgia, aprovechando ese instante de distracción internacional, y por orden de su presidente ultraliberal y pro estadounidense, Mijaíl Saakashvili, lanzaron en la madrugada del viernes 8 de agosto un ataque brutal y por sorpresa contra la región autónoma de Osetia del Sur y su capital Tsjinvali.
Después de bombardear con centenares de misiles la ciudad dormida, las fuerzas georgianas franquearon la frontera, liquidando a su paso el pequeño contingente de cascos azules de la fuerza de pacificación (constituida sobre todo por militares rusos), y se abalanzaron sobre Tsjinvali con la voluntad de sembrar el terror entre la población osetia y provocar su éxodo hacia el norte en un claro intento de limpieza étnica (leer el