Decenas de hombres jóvenes deambulan con las manos en los bolsillos en un aparcamiento del sur de Lusaka, capital de Zambia. Tienen entre 16 y 30 años y provienen de Etiopía, Somalia, Sudán o la República Democrática del Congo (RDC). Con su mochila a la espalda y su pasaporte en el bolsillo, escrutan las idas y venidas de los vehículos que parten con regularidad hacia ciudades sudafricanas. Uno de ellos, con la cara marcada por una cicatriz de varios centímetros de largo y el ojo derecho lacerado, acepta hablar con nosotros. “Me agredieron en Mogadiscio. Dejé Somalia a causa de la violencia”. Tiene veintitantos años y siempre ha visto su país desgarrado por conflictos armados después de que, en enero de 1991, con el derrocamiento de Mohamed Siad Barre, el Estado colapsara y fuera presa de los señores de la guerra.
Todos los días son decenas los que se cuelan en (...)