El 11 de julio de 2018, Ismail Yozgat se derrumbó, salmodió, se echó agua por la cabeza. Padre de Halit Yozgat, asesinado doce años antes por el grupúsculo Clandestinidad Nacionalsocialista (Nationalsozialistischer Untergrund, NSU), acababa de escuchar a Manfred Götzl, juez del tribunal regional superior (Oberlandesgericht) de Múnich, pronunciar su sentencia contra los cinco imputados: severa contra la principal acusada pero clemente contra sus cuatro cómplices.
Así concluyó el tratamiento público de la mayor serie de crímenes neonazis en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Entre septiembre de 2000 y abril de 2007, nueve personas de origen inmigrante, principalmente turco, y una agente policial fueron asesinadas en diferentes ciudades de Alemania, siempre con la misma pistola. La Policía creyó en primer lugar que se trataba de ajustes de cuentas comunitarios. Después de cada asesinato, las investigaciones apuntaban esencialmente a las familias, los vecinos y el entorno de las víctimas e incluso hubo (...)