Cuando se produjo el drama del hospital psiquiátrico de Pau, en diciembre de 2004, los “locos” concitaron rápidamente la atención de los estrados, los canales de televisión y los diarios. No para hablar de su situación, tan compleja, sino para alertar a los ciudadanos sobre su peligrosidad. Sumándose a la angustia de las potenciales víctimas, ya presas de los delincuentes sexuales, los terroristas, la gripe aviar, los inmigrantes clandestinos, los integristas islámicos de todas las corrientes, se reavivó el antiguo miedo a los locos. Rápidamente, el ministro de Sanidad frances, Xavier Bertrand, decidió destinar fondos para contratar... vigilantes, dotar a los hospitales de sistemas de alarma independientes, crear rápidamente “habitaciones de seguridad”, así como unidades de cuidados intensivos en psiquiatría. Incluso mencionó la creación de “unidades para enfermos excitados y agresivos” (UMAP), lo que significa, en el fondo, el restablecimiento encubierto de los antiguos manicomios.
Después de semejante tormenta cabe preguntarse: (...)