“Nuestras relaciones con Irán eran muy estrechas y estaban bien arraigadas en el tejido social de ambos pueblos”, señalaba un alto funcionario de la cancillería israelí, tras el retorno del ayatollah Jomeini a su país en 1979. Entonces, Teherán aparecía como un interlocutor natural, tanto en Israel como en Washington. Treinta años más tarde, los responsables políticos occidentales, con los israelíes a la cabeza, consideran a Irán una amenaza creciente. ¿Y si su viraje se basara en una lectura errónea de la revolución islámica?
Para David Ben Gurión, su fundador, el Estado de Israel formaba parte de Europa y no de Oriente Próximo, donde se encontraba por “accidente geográfico”. “No tenemos lazos con los árabes –afirmaba–. Nuestro sistema político, nuestra cultura, nuestras relaciones no son fruto de esta región. No existen afinidades políticas entre nosotros, ni solidaridad internacional”.
Por otra parte, Ben Gurión quería convencer a Washington de que su país (...)