Helenio Herrera (HH) había sufrido en 1997, a sus 84 años, una crisis cardíaca en Madrid. Se lo llevaron urgentemente a Venecia. Con toda parsimonia dice a los camilleros: “Esperad un poco, pues no terminé de afeitarme.” Después de muerto, y bien rasuradito, en la cama quedó una carta de una forofa perdidamente enamorada de él.
En resumen, murió un caballero del fútbol como pocos. Mantuvo su actitud integra hasta el final: entre sus últimas voluntades figuran la de donar su cuerpo a la investigación científica, y que enterraran los restos irrecuperables “en un lugar alto, donde les diera el sol”.
Sus inicios en la vida se vieron sembrados de sucesos dignos de una novela de Zola. María Gavilán, su madre, había sido “vendida” en el mercado de Gibraltar a una familia inglesa tras haberle mirado la dentadura como a los caballos. Le amañaron un camastro debajo del vertedero de la cocina (...)