lerta por cloroquina falsificada! La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió el 9 de abril de 2020 que productos cercanos a la Nivaquina, como Nirupquin o Samquine, andaban circulando en varios países de África Occidental bajo distintas presentaciones (1). Con la pandemia de covid-19 y la difusión de vídeos del virólogo francés Didier Raoult, se ha disparado el tráfico de antipalúdicos basados en cloroquina, supuestamente eficaz para combatir el virus, aunque ningún estudio científico lo ha demostrado hasta la fecha. La incautación de varias cajas a finales de la primavera sugiere, sin ninguna certeza, que los blísteres proceden de Asia, pero también de laboratorios locales clandestinos (2). Ninguno de esos fármacos cuenta con la autorización de comercialización (AMM, por sus siglas en francés). La situación causa mucha preocupación en la OMS, ante el hecho de que más de cien mil niños africanos mueren cada año tras ingerir sustancias adulteradas.
En un continente de 30 millones de kilómetros cuadrados (tres veces el tamaño de Europa), las dificultades para hacer llegar los medicamentos a los puntos de venta complican el acceso a los fármacos y contribuyen a crear escasez. Las píldoras, pastillas y jarabes a veces recorren miles de kilómetros, cruzando puertos y aeropuertos, antes de recalar en manos de los pacientes. Añádase que, en 2014, África solo contaba con 0,9 farmacéuticos, auxiliares de farmacia o equivalentes, por cada 10.000 habitantes, frente a 4,3 a nivel mundial; y solo 2,6 médicos por cada 10.000 habitantes, frente a los 14,1 a nivel mundial. El continente es el peor dotado del mundo (3). En este contexto, se dispara el número de boticas informales que ofrecen todo tipo de productos en simples cajas de cartón, particularmente en África Occidental. La automedicación, por falta de profesionales sanitarios prescriptores, fomenta el tráfico.
Analgésicos, antipalúdicos, antibióticos, antifúngicos... Todas las categorías de moléculas están presentes (4). En el otoño de 2019, las autoridades ugandesas incautaron cajas rotuladas como “Donaciones del Gobierno de Uganda, no destinadas a la venta”, llenas de productos adquiridos por el centro de compras estatal a precio de mayorista, y posteriormente desviados para venderse más caros a manos de comerciantes privados. También es posible encontrar medicamentos falsificados, generalmente importados de Asia. Los contrabandistas fácilmente pueden hacer pasar las sustancias ilegales a través de países debilitados por la guerra, como Nigeria y Camerún, que sufren el azote de Boko Haram.
Ante el riesgo sanitario y las protestas de los profesionales del sector, los presidentes de Togo, Congo-Brazzaville, Uganda, Níger, Senegal, Ghana y Gambia acordaron en enero de 2020 en Lomé coordinar la lucha contra este tráfico. Pero, ¿se traducirá en actos el tratado que firmaron? Por su parte, los laboratorios se movilizan para detectar los fraudes y dar formación a los funcionarios públicos. Así es como el grupo francés Sanofi creó en 2008 en Tours el Laboratorio Central Antifalsificación, que estudia casos de productos irregulares procedentes de todo el mundo. El grupo Pfizer, cuyo Viagra suele ser falsificado, proporciona a los funcionarios de aduanas las técnicas para detectar imitaciones, incluso cuando vienen camufladas en cargamentos lícitos. “Disponemos de una especie de manual de buenas prácticas que nos permite detectar los medicamentos falsificados de un vistazo –por el embalaje o por el propio consumible– entre cargamentos lícitos”, explica Joseph Kpoumie, jefe del servicio de aduanas de Camerún.
Sin embargo, “lo que circula en los mercados paralelos son mayoritariamente medicamentos auténticos”, aclara la antropóloga Carine Baxerres, del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, por sus siglas francesas) y de la Universidad de París Descartes, investigadora principal del proyecto sobre telemedicina Globalmed. El grupo UPSA, con su famoso Efferalgan presente en todos los puestos de venta informal, así lo confirma: “Se trata principalmente de medicamentos auténticos que han sido desviados del circuito oficial de distribución local. En relación con el Efferalgan, no hemos recibido información alguna acerca de productos falsificados”, afirma su presidente, François Duplaix. En cambio, el fenómeno de las sustancias adulteradas con dosificación incorrecta sí existe para otros productos. Por ejemplo, en Camerún se ha detectado en el caso del Tramadol, un analgésico de clase 2 que está provocando una crisis de adicción a opiáceos en África Central. La pandemia de covid-19 ha intensificado la captación de productos por el sector informal, poniendo de manifiesto la subproducción local de fármacos. “Las restricciones temporales a la exportación india de hidroxicloroquina (5) y la creciente demanda mundial de cloroquina han puesto de relieve la dependencia de los países de África Occidental con respecto a actores externos, impulsando asimismo la producción regional de dicho fármaco”, explica el investigador Antonin Tisseron (6).
África concentra el 25% de los enfermos del mundo, sin distinción de patologías (7). Para cubrir sus inmensas necesidades, importa, especialmente desde Asia, entre el 70% y el 90% de sus medicamentos, a los que muchos países dedican hasta el 80% de su gasto sanitario. Solo Sudáfrica y Marruecos cuentan con una industria farmacéutica que cubre entre el 70 y el 80% de la demanda local (8). Al reto sanitario se añade la apuesta comercial, con un auge de las enfermedades no transmisibles –cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares– que despierta el apetito de las multinacionales (9). El continente solo representa aún el 3% de un mercado global que debería de mover 1,4 billones de dólares en 2021 (10).
Tan solo 375 productores, la mayor parte de ellos con sede en el Magreb y Egipto, se reparten el mercado continental (11). Al sur del Sáhara, se trata en lo esencial de fabricantes de medicamentos genéricos con licencia extranjera o de empresas que llevan a cabo pequeñas operaciones, como el embalaje de productos importados y reempaquetados para el mercado local. Las empresas asiáticas se llevan la mejor parte de este mercado, con “una retahíla de fabricantes de genéricos, indios, chinos o paquistaníes, a quienes nadie conoce fuera de África”, comenta en Abiyán Jean-Marc Bouchez, presidente de la Asociación de Industriales Farmacéuticos del África Subsahariana Francófona (LIPA, por sus siglas en francés). No siempre se cumplen las normas internacionales definidas por la OMS, puntualiza, y habla de “prácticas más que sospechosas que se aprovechan de reglamentaciones poco estrictas” (12).
Los Estados francófonos y anglófonos viven situaciones dispares. En los primeros, la brutal devaluación del franco CFA (-50%), el 12 de enero de 1994, golpeó de lleno un sector que importa el 90% de sus tratamientos de países de moneda fuerte. Y de paso afectó a millones de africanos desprovistos de seguro médico. “Los mayoristas dejaron de abastecer a las farmacias a la espera de que el Gobierno autorizara un cambio en el precio –recuerda Prosper Hiag, presidente del Colegio de Farmacéuticos de Camerún–. Tras tres semanas de negociaciones, terminaron consiguiendo un aumento del 64% en el precio de venta. Fue una tragedia. Llegabas a la farmacia y te enterabas de que el medicamento que costaba 100 francos el día anterior ahora costaba casi 200. A raíz de eso fue cuando empezaron a buscarse soluciones más baratas, esencialmente los genéricos”. En África Occidental, los genéricos se enviaban entonces desde Europa, sobre todo desde Bruselas. “Pero Bélgica ya los mandaba fabricar en la India. Poco a poco, los fabricantes indios fueron interesándose por los países africanos de habla francesa y respondiendo a las licitaciones”, apostilla Prosper Hiag.
La situación de los países anglófonos parece mejor: Nigeria, Kenia y Sudáfrica cuentan con docenas de unidades de producción para sus mercados locales y, a veces, para la exportación continental. África Oriental y África Austral tienen incluso un perfil pionero en la producción a gran escala. De hecho, ya en la década de 1930-1940, Reino Unido, por aquel entonces una potencia colonial, estableció en esos Estados, e igualmente en Zimbabue, las bases de apoyo de sus productores farmacéuticos. Mucho más tarde, en los años 1990-2000, la pandemia de sida favoreció el desarrollo de la industria local.
Sudáfrica quiso entonces permitir la importación paralela de medicamentos de países donde se vendían a precios más bajos y extender los tratamientos genéricos. En aquel momento, la empresa estadounidense Bristol-Myers Squibb, la británica GlaxoSmithKline y la alemana Boehringer Ingelheim eran titulares de las licencias de los medicamentos antirretrovirales.
En la actualidad, la industria africana se está desarrollando principalmente mediante asociaciones con empresas de la India: Sun Pharma-Ranbaxy en Nigeria, Cadila en Etiopía o Cipla Quality Chemical Industries en Uganda. A rebufo del dinamismo austral, el oeste del continente intenta subirse al carro. En asociación con empresarios locales, Strides Pharma Science Limited, inicialmente dedicada a la exportación de genéricos producidos en su planta de Bangalore, creó unidades de distribución y empaquetado en Botsuana y Namibia, antes de vender sus acciones a otra empresa india, Africure, en 2017. Esta abrió al año siguiente su primera planta africana de genéricos en Camerún, y posteriormente otra en Costa de Marfil. Tiene previsto instalarse en Burkina Faso, Etiopía y Zimbabue.
Son pocas las industrias puramente locales. Pharmivoire Nouvelle, por ejemplo, un laboratorio marfileño, era el único productor de soluciones inyectables de gran volumen en África Occidental de habla francesa cuando un incendio interrumpió su expansión en 2018. En 2003, la farmacéutica Gisèle Etamé fundó en Camerún el laboratorio Genemark, que produce medicamentos genéricos, jarabes y comprimidos. Estos nuevos productores presentan mejores equipos, tienen certificación de la OMS o están en vías de conseguirla; ellos son los que desempeñan un papel cada vez más importante en el nacimiento de mercados regionales.
Los actores del sector dependen de los proveedores indios para los principios activos, o de China para los productos químicos finos. Estos costes de suministro hacen que los productos sean poco competitivos frente a las importaciones extracontinentales de medicamentos terminados (13). Además, los nuevos productores de genéricos no serían rentables sin los pedidos masivos que se realizan en el contexto de las licitaciones lanzadas por las principales organizaciones sanitarias humanitarias que surgieron en la década de 2000: Gavi, la Alianza para la Vacunación, creada por la Fundación Bill y Melinda Gates en el marco de una colaboración público-privada, o el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, creado por el ex secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan con un presupuesto específico de 2.000 millones de dólares en 2019. Estas organizaciones exigen por supuesto el cumplimiento de las normas de la OMS, pero, dados los costes, solo unas pocas unidades de fabricación subsaharianas lo consiguen. “Tanto la propia fábrica como los productos deben ser certificados por la OMS –destaca Nevin Bradford, director de Cipla en Kampala (Uganda)–. Lo que ocurre es que muchos productores en África solo fabrican uno o dos productos: no lo suficiente para acometer las inversiones necesarias”.
Ahora, las multinacionales titulares de los derechos sobre medicamentos no genéricos originarios (las llamadas especialidades originarias) procuran coexistir con las empresas de genéricos que operan en el continente. “Se dan cuenta de que es inútil luchar por hacer valer sus patentes en países donde, en todo caso, los beneficios son bajos: África representa un porcentaje muy pequeño del mercado total –explica Denis Broun, asesor del presidente de Cipla–. Además, se ven obligadas a bajar sus precios en estos países. Más vale buscar una coexistencia pacífica con los productores de genéricos, especialmente en estos mercados con escasas innovaciones, a diferencia de los Estados occidentales, que es donde se consiguen los márgenes de beneficios”. A través de sus fundaciones corporativas, cooperan con asociaciones locales para mejorar el acceso de las personas a la atención médica.
Esto no significa que las multinacionales estén abandonando el mercado. Tratan de que les compense gracias al volumen de ventas de productos que solo ellas pueden fabricar en cantidades suficientes: es el caso de la empresa suiza Novartis a través de su filial Sandoz; de la estadounidense Pfizer, en proceso de fusión con su compatriota Mylan; y también de la empresa francesa Servier, con su filial Biogaran, en África Occidental. Por su parte, el gigante chino Fosun Pharma espera obtener la certificación de la OMS para su futura fábrica de genéricos de 75 millones de dólares en Costa de Marfil. Las patentes sobre tratamientos para enfermedades no infecciosas siguen en manos de las multinacionales, que las distribuyen con cuentagotas a los fabricantes de genéricos. Disponen de expertos y de considerables recursos para vigilar la evolución de las leyes sobre propiedad intelectual. El objetivo sería frenar el despegue de una auténtica industria farmacéutica local, distorsionando con una batería de cláusulas restrictivas el sistema de licencias voluntarias que autorizan la producción de medicamentos genéricos bajo patente. Con esta lógica en mente, el gigante estadounidense Gilead concedió en 2014-2015 licencias a once productores genéricos indios para distribuir su tratamiento contra la hepatitis C en un centenar de Estados.
Los Gobiernos de Sudáfrica y Nigeria son los únicos que ofrecen a los productores locales un régimen fiscal ventajoso. En Kenia, las asociaciones de enfermos reclaman ese tipo de incentivos, así como la imposición de aranceles a las importaciones de medicamentos. En la actualidad, el país produce solo el 28% de su consumo. “Tengo la sensación de que entre la falta de transparencia de los Estados africanos y la influencia de los productores extranjeros que no quieren perder el mercado, los vientos no son favorables para el desarrollo de una industria nacional”, apunta en Nairobi Allan Maleche, de la asociación keniana Kelin, que defiende los derechos de los pacientes de sida y tuberculosis.
En un mercado farmacéutico en pleno auge, África produce tratamientos asequibles para determinadas enfermedades infecciosas como el sida (14). Ahora debe garantizarse la fabricación de cantidades suficientes y hacer frente al desafío de las enfermedades no infecciosas. Las empresas extranjeras no tienen la intención de perderse ese mercado de rápido crecimiento. En Kampala, la empresa india Cipla se dispone a construir una fábrica dedicada exclusivamente al tratamiento del cáncer.