A medida que aumenta el número de víctimas civiles en Gaza, los dirigentes occidentales, que han decidido no tomar ninguna medida contra su aliado israelí, simulan deplorar su encarnizamiento. El presidente estadounidense Joseph Biden y su secretario de Estado Antony Blinken, jefes de filas de ese bando nimbado de virtud, son verdaderos virtuosos en la materia. Todos los días o casi comunican su exasperación, cuando no su cólera, contra Benjamín Netanyahu (cosa que a este le trae sin cuidado) mientras se desviven para que el Congreso estadounidense entregue a su Gobierno y a su Ejército 14.000 millones de dólares de ayuda suplementaria. En los medios de comunicación se asiste al nacimiento de un género de artículo, muy apreciado, consistente en desdibujar las entregas masivas de obuses y bombas occidentales con proclamas de buenas intenciones humanitarias (1).
La cosa no solo atañe a Estados Unidos y no solo a los periodistas (no a todos). Así, el pasado 12 de febrero, la cadena radiofónica francesa France Inter recibía a Boris Vallaud, presidente del grupo socialista en la Asamblea Nacional. El periodista Simon Le Baron sacó a colación “la catastrófica situación humanitaria” en Gaza antes de preguntarle al diputado –que es un actor político, no un simple comentarista–: “¿Acaso las palabras son suficientes?”, a lo que siguió una cascada de… palabras: “Espantoso”, “Miles y miles de muertos, niños, mujeres…”, “Falta de todo, agua, víveres, medicamentos…”. Para concluir, la siguiente proclama definitiva: “¡En todo caso, hay que pararlo, esto no puede ser!”.
En modo alguno apabullado por el virtuosismo verbal de su interlocutor –que no dudó en citar los versos de una canción de la cantante francesa Barbara sobre “los niños que son los mismos” en Gaza y en Jerusalén para añadir un extra de emotividad–, Le Baron dio a continuación la palabra a un oyente. Por una vez, y contrariamente al habitual presentador del espacio matutino, Nicolas Demorand, que lo hubiera interrumpido al cabo de unos cuantos segundos, el oyente logró juntar más de tres palabras seguidas. “Marc” le pidió entonces al diputado que, más allá de esas “palabras que no son suficientes”, le dijera, “concretamente […] si no hay que conseguir un embargo de las armas destinadas a Israel. Y pedir que Netanyahu y su Gobierno sean llevados ante el Tribunal Penal Internacional acusados de crímenes contra la humanidad, e incluso de genocidio”. “Marc”, por último, pidió que la justicia francesa se ocupara de “los ciudadanos con doble nacionalidad que sirven en el Ejército israelí para verificar que no sean culpables de crímenes de guerra”.
Las preguntas fueron precisas; las respuestas, no tanto. ¿Embargo de armas? “No sabría decirle”, admite Vallaud, en apariencia menos elocuente que cuando, segundos antes, citaba a Barbara. No obstante, el diputado francés sugirió que el presidente… estadounidense “siga dando pasos, que diga que lo que está sucediendo es inadmisible”. Le Baron no le dio tregua: “Muy en concreto, ¿los países occidentales deberían amenazar con sanciones o imponerlas?”. El diputado socialista de nuevo sacó a relucir su frase estrella: “Mire, no sabría decirle… En todo caso, es preciso que la presión diplomática sea, diría yo, sin ambages. […] Y no solo a propósito de Israel, evidentemente, sino también de Estados Unidos, que es el que tiene la llave”. Le Baron no se detuvo ahí: “La última pregunta era sobre los binacionales, los franco-israelíes que sirven en el Ejército israelí, ¿qué opina de ello?”. Oímos cómo Vallaud suspira, y luego: “Mire, no… Son ciudadanos binacionales obligados a hacer el servicio militar. Hay reglas del derecho de la guerra, y se imponen a todos los ejércitos”.
Resumiendo: lo que hace falta es que Biden regañe a Netanyahu, que Estados Unidos se valga más de su “llave” y que los militares con doble nacionalidad respeten el derecho de la guerra. Los niños de Gaza, que “son los mismos” que los de Ucrania o los de Jerusalén, casi pueden darse por salvados.